1- Los filósofos creyeron necesario distinguir, desde un comienzo, no tanto lo que es y lo que hace que sea lo que es, como sí ocurre probablemente en el pensamiento mágico o religioso sino, más modestamente, lo que es y el hecho de que sea: en otras palabras, la existencia y el ser.
No todo lo que existe debiera ser llamado propiamente ‘existente’, sin embargo, puesto que las cosas en los reinos mineral, vegetal y animal tienen todas su ser dado de antemano, salvo en el caso del hombre. El hombre tiene que ser su ser, motivo por el cual Martín Heidegger señaló que, técnicamente hablando, en tanto no tiene esencia y necesariamente debe salir de sí, sólo él existe.
La ‘salida de sí’ que define el modo de ser del hombre resulta sistemáticamente boicoteada por nosotros mismos, obviamente, propensos como somos a considerarnos- más cómoda y naturalmente - una cosa antes que existentes propiamente dichos. De ahí que el esfuerzo para facilitar el paso de una existencia que resulta inauténtica por no tomar nota de su propia naturaleza a otra que se reconozca como tal sea de fundamental importancia y, prácticamente, define la razón de ser de la filosofía. Jean-Luc Nancy, en esta línea de pensamiento, sospecha que lo que obstaculiza la asunción de nuestra existenciaridad podría fundarse en el error de concebir nuestra ‘salida de si’ como una suerte de exilio, es decir, como el abandono de un lugar que consideraríamos supuestamente como propio para convertirnos, entonces, exiliados en un lugar ajeno. Y en un pequeño artículo que lleva por título “La existencia exiliada” se ocupó de aclarar dicha confusión con el fin de precisar así el sentido más profundo de la existencia:
“Se trata entonces de pensar el exilio, no como algo que sobreviene a lo propio, ni en relación con lo propio -como un alejamiento con vistas a un regreso o sobre el fondo de un regreso imposible-, sino como la dimensión misma de lo propio. De ahí que no se trate de estar "en exilio en el interior de sí mismo", sino ser sí mismo un exilio: el yo como exilio, como apertura y salida, salida que no sale del interior de un yo, sino yo que es la salida misma. Y si el "a sí" adopta la forma de un "retorno" en sí, se trata de una forma engañosa: porque "Yo" sólo tiene lugar "después" de la salida, después del ex, si es que puede decirse así. Sin embargo, no hay "después": el ex es contemporáneo de todo "yo" en tanto tal.”
Lo más ‘propio’ del hombre no es lo que supuestamente abandonaría en el exilio sino, al revés, el exilio mismo. De ahí que, así como Heidegger halló en el hombre el asilo del ser, es decir, el existente donde el ser podía revelarse sin temor a ser jamás convertido plenamente en cosa, así también el hombre precisaría, a su vez, un asilo donde su existencia fuese capaz de permanecer entonces inexpugnable. Para Nancy, este lugar de resguardo donde mantener a salvo la impropiedad de lo propio resulta posible hallarlo, paradójicamente, justo en aquello que la tradición consideró históricamente como la manifestación misma del exilio, a saber, el cuerpo. Por ello, y muy lejos de señalar al cuerpo, entonces, como una propiedad a ser recuperada, tal como esta tan en boga reclamar en nuestros tiempos liberales, Nancy identifica al cuerpo, al revés, como el asilo de la existencia:
“El cuerpo es por excelencia uno de los nombres del exilio tradicional: lugar de paso para un regreso al alma o el espíritu. No obstante, el cuerpo también puede pensarse, no como cuerpo caído, ni como "cuerpo propio" (al modo de Merleau-Ponty), sino más bien como exterioridad en la cual la "interioridad" se ve, ante todo y de modo esencial, expuesta: planteada fuera, planteada como fuera. No soy mi cuerpo - si no, no nombraría "el cuerpo"- y tampoco paso por el cuerpo para ir a otra parte, sino que el cuerpo es el exilio y el asilo en el que algo así como un "yo" viene a quedar ex-puesto, es decir, a ser”.
Durante todo el s.20, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción constituyó la puerta inevitable a lo que se consideraba un mundo nuevo. No obstante, y sin tomar nota de la contradicción, en la mayoría de los discursos pretendidamente progresistas de la actualidad figura como prioritario el rescate de un cuerpo que se considera por definición expropiado, con lo cual toda posible estrategia revolucionaria queda cautiva así de la función mercancía que pretende denunciar. Frente a esta concepción del cuerpo como inscripción de las pautas de una sociedad de control, Nancy propone entonces un completo cambio de paradigma que, en lugar de un cuerpo inscripto, parte del cuerpo ‘ex-cripto’.
‘Ex-critura’ es un neologismo que utiliza Nancy como juego de palabras que le permite, por un lado, distinguirse de su antagonista - la ‘inscripción’ que producirían en los cuerpos los mecanismos de dominación - mientras que, por otro lado, sintetiza ‘existencia’ y ‘escritura’ en un sólo término para dar cuenta de la dimensión comunitaria que estaría implícita en una manifestación cuyo sentido escapa a la presencia. El cuerpo ex-cripto pasa a someterse, desde su mismo comienzo, a carecer así explícitamente de comienzo, haciendo de ese específico diferimiento, sin embargo, la condición misma de posibilidad de lo común.
El cuerpo sigue siendo, en la consideración de Nancy, ese campo de batalla donde se manifiestan y, al mismo tiempo, supuestamente se resolverían los conflictos de una sociedad que no es capaz aún de sobrellevar dignamente la pérdida de sentido del mundo. Pero, muy lejos de proclamar al cuerpo como la supuesta cabecera de playa de una invasión, la revolución de los cuerpos que imagina Nancy se gestaría al contrario renunciando - y en ello está la originalidad de su reflexión - no sólo a reconquistarlos sino, sobre todo, resignando a continuación también a todo peregrino derecho de nuestra parte sobre cualquier posible territorio a ocupar. De este modo, el cuerpo se revela para Nancy siendo el lugar de la impropiedad en un doble sentido: no podemos apropiárnoslo y, careciendo así de lugar de residencia propio, salir a apropiarnos de cualquier otra cosa resulta un contrasentido.
A lo largo de todo el libro, la frase ‘este es mi cuerpo’ opera como una suerte de mantra occidental o, mas bien, de verdadero koan latino cuyo sentido nos habría sido conferido como legado histórico desplegar. Ya sea como presencia del cuerpo de Dios, entonces, o como símbolo de pertenencia al cuerpo de Dios, en el ritual eucarístico el cuerpo consistirá en definitiva uno que se ausenta y que, más que ocupar propiamente un lugar, lo muestra finalmente vacante, motivo por el cual toda la tradición filosófica no ha hecho otra cosa, según Nancy, que nombrar de diferentes maneras dicha vacilación natural entre la presencia y la ausencia ya anotada en ese ‘este’:
“ … estamos obsesionados con mostrar un ‘este’ y convencer (nos) de que este ‘este’, aquí, ‘es’ lo que no se puede ni ver ni tocar, ni aquí ni en ninguna parte — y que este no esta ahí de cualquier manera, sino como su cuerpo. El cuerpo de ‘eso’ (Dios, absoluto, como se quiera) y que eso tiene un cuerpo o que eso es un cuerpo (y por tanto se puede pensar, que eso es el cuerpo, absolutamente), he ahí nuestra obsesión”.
Ese cuerpo, que se creía significante por ser de Dios, es quien primero pierde pie de pronto por sí mismo, y la certeza que nos garantizaba queda así hecha astillas. Pero no porque los hombres lo hayan matado, sino por su misma tensión constitutiva. Que el ‘este’ del ‘este es mi cuerpo’ nunca tuvo ahí lugar termina por señalar, al mismo tiempo, al cuerpo como ese no-lugar por el cual, sin embargo, y sobre todo gracias al cual, el mismo ser en tanto tal en definitiva viene a la existencia.
“El mundo de los cuerpos es el mundo no-impenetrable, el mundo que no esta primeramente sometido a lo compacto del espacio (que, como tal, solo es relleno, al menos virtual), donde, en cambio, los cuerpos articulan primeramente el espacio. Cuando los cuerpos no están en el espacio, sino el espacio en los cuerpos, entonces hay espaciamiento, tensión del lugar”.
No se puede entender esta característica estrictamente existencial de lo corporal sin modificar de manera simultánea el prejuicio metafísico que hace del espacio algo en apariencia denso o pleno dentro del cual, nosotros y las cosas, nos instalaríamos. Aunque parezca difícil imaginar, entonces, cualquier otra concepción del espacio que no sea ‘espacial’, en este determinado sentido, toda la novedad de la reflexión nancyana resulta por ello de esta apuesta ontológica que, buscando apartarse del espiritualismo de los despreciadores del cuerpo tanto como del hedonismo de los que lo ensalzan, inaugura una concepción del espacio que él llama ‘espaciosidad’:
“Los cuerpos no son de lo «pleno», del espacio lleno (el espacio esta por doquier lleno): son el espacio abierto, es decir, el espacio en un sentido propiamente espacioso mas que espacial, o lo que se puede todavía llamar el lugar. Los cuerpos son lugares de existencia, y no hay existencia sin lugar, sin ahí, sin un «aquí», «he aquí», para el este. El cuerpo lugar no es ni lleno, ni vacío, no tiene ni fuera, ni dentro, como tampoco tiene partes, totalidad, funciones, o finalidad. Sin falo y acéfalo en todos los sentidos, si se puede decir”.
Comprender al cuerpo como lugar de existencia básicamente significa para Nancy que no ocupa un lugar, sino que propiamente ‘da’ lugar. Pero aquello a lo que el cuerpo da lugar no sería justamente a sí mismo, entonces, sino a la existencia como tal. Si el cuerpo resulta el ser de la existencia se debe, fundamentalmente, a esa capacidad suya para crear un área donde se articula la exposición de los cuerpos. Pero esta ‘arealidad’ del cuerpo no resultaría propiamente un 'territorio' porque no es del orden de lo pleno sino que, como la misma palabra lo sugiere, da cuenta más bien de una falta de realidad o de realidad tenue en la que consiste justamente la condición donde el ser se expone.
“Lo que tiene cola y cabeza no depende del lugar, sino de su sitio de colocación: cola y cabeza están colocados a lo largo de un sentido, y el conjunto mismo constituye una colocación de sentido, y todos los puestos están comprendidos en la gran cabeza-a-cola del Animal Universal. Pero lo sin-cola-ni-cabeza no entra en esta organización ni en este espesor compacto. Los cuerpos no tienen lugar, ni en el discurso, ni en la materia. No habitan ni «el espíritu» ni «el cuerpo». Tienen lugar al limite, en tanto que limite: limite — borde externo, fractura e intersección del extraño en el continuo del sentido, en el continuo de la materia”.
La espaciosidad de los cuerpos interrumpe, separa, opera desde sus límites rompiendo toda plenitud y expresando la fractura misma del sentido. Es el propio cuerpo-verdad, ese cuerpo con cola y cabeza lo que se deconstruye al exponerse, dado que su ex-posición no consiste sino en poner en cuestión su intimidad. El cuerpo es entonces así una ex-posicion del «si mismo» en el sentido de una traducción, de una interpretación, o de una puesta en escena. Y por eso, en definitiva, su ex-ponerse consiste una auténtica partida:
“El a sus adentros ni se traduce ni se encarna ahí, es ahí lo que es: ese vertiginoso atrincheramiento de si que es necesario para abrir lo infinito del atrincheramiento hasta si. El cuerpo es esta partida de si a si. Expuesto, por tanto: pero no es la puesta ante la vista de lo que primero estuvo oculto, encerrado. Aquí, la exposición es el ser mismo (léase: el existir). (...) El cuerpo es el ser-expuesto del ser.”
Ni carne sin sentido, esto es, ni carne donde encarna el sentido, el cuerpo no tiene propiamente otro sentido que el de ser entonces cuerpo del sentido. 'Corpus', en consecuencia, en tanto concepto es una forma que hace precisamente referencia a esta condición por la cual los cuerpos, unos afuera de los otros, permiten el despliegue del sentido como un toque de los cuerpos entre sí. Con lo cual, y en definitiva, el sentido revela no sólo su naturaleza por definición política, es decir, su ser en-común, sino también esa doble acepción de la palabra 'sentido' con la que Nancy jugará a lo largo de su obra, a saber, la del sentido como dirección y la del sentido del tacto.
Como la originalidad de la reflexión nancyana consiste en ligar al cuerpo con la existencia, ignora toda supuesta esencia que consistiría supuestamente, por lo tanto, la base de su expresividad. Por eso es que Nancy liga a su vez esta ex-posición del ser con la escritura, en tanto en o por ella no se devela una verdad sino que, al contrario, despliega y disemina sentidos. Porque la escritura, lejos de ofrecer una significación más plena, consiste para Nancy una apertura por la cual resulta posible que las significaciones hagan efectivamente sentido, motivo por el cual, en definitiva, concluye que...
“… la ontología se revela como escritura. «Escritura» quiere decir; no la mostración, ni la demostración, de una significación, sino un gesto para tocar el sentido. Un tocar, un tacto que es como un dirigirse a. Quien escribe no toca a la manera de la captura, del agarrar de la mano (del begreifen = capturar, apoderarse de, que es la palabra alemana para «concebir»), sino que toca al modo del dirigirse, del enviarse al toque de un afuera, de algo que se hurta, se aparta, se espacia”.
Martín Heidegger había señalado ya que el cuerpo no es de nuestra propiedad. Pero el cuerpo ontológico, para Nancy, es uno que no sólo no tenemos sino que tampoco sería apropiado decir que somos, puesto que él es más bien el modo como el ser se ex-cribe, es decir, se ex-pone y extiende la fractura del sentido a partir de los espaciamientos. Ni significante ni significado, dice Nancy, el cuerpo es la arqui-tectonica del sentido, pero no porque el cuerpo estuviera como flotando fuera del sentido sino, al revés, porque el sentido mismo flota sobre el límite que es el cuerpo:
“El cuerpo del sentido no es para nada la encarnación de la idealidad del «sentido»: al contrario, es el fin de esta idealidad, el fin del sentido, por consiguiente, en cuanto que cesa de remitir-se y de referirse a si (a la idealidad que le da «sentido»), y se suspende, sobre ese limite que le da su «sentido» mas propio, y que lo expone como tal. El cuerpo del sentido expone esta suspensión «fundamental» del sentido (expone la existencia) — que asimismo se puede llamar la fractura que es el sentido en el orden mismo del «sentido», de las significaciones y de las interpretaciones”.
3- Se dice que cuando a Martín Heidegger le preguntaron por qué no había reflexionado más detenidamente acerca del cuerpo él respondió que no tenía mucho para decir al respecto. Semejante afirmación quizás nos resulte extraña proviniendo de un pensador existencial de su envergadura, pero podemos hallarla suscrita y rubricada décadas más tarde por Jean-Luc Nancy cuando, para hablar del cuerpo, nos habla del alma. Es que el enfoque sobre el cuerpo supone para ambos una apertura al infinito que lanza al pensamiento a una búsqueda imposible tal que, justo por no poder ser pensado es, justamente, lo que permite en definitiva al pensar:
“Para hablar del cuerpo, es decir, para decirlo al modo latino y profesoral «de corpore» (a propósito del cuerpo), habría siempre que hablar del cuerpo «ex corpore»: se tendría siempre que hablar a partir del cuerpo, hablar tendría que proyectarse fuera del cuerpo — «ex corpore», como «ex cathedrae. Un discurso del cuerpo siempre tendría que ser un discurso «ex corpore», saliendo del cuerpo, pero también exponiendo el cuerpo, de suerte que el cuerpo ahí se salga de si mismo. El discurso del cuerpo no puede producir un sentido del cuerpo, no puede dar sentido al cuerpo. Debe mas bien tocar lo que, del cuerpo, interrumpe el sentido del discurso. Ese es el gran asunto”.
Tocar la interrupción del sentido constituye el asunto más grande del cuerpo y no puede ser abordado sino de manera elíptica, sin embargo, deconstruyendo al mismo tiempo las nociones que la tradición nos legó acerca del alma y el cuerpo. Nancy dice que todos los análisis acerca del ‘tocar’ vuelven siempre de manera equivocada sobre una intimidad primera reinstalando, a su vez y sin quererlo, la tradicional dualidad alma-cuerpo. Por lo tanto, de lo que actualmente se trata cuando hablamos del cuerpo y del tocar es de poner en evidencia ese dualismo que se nos cuela subrepticiamente cuando, pretendiendo denunciar y burlarnos incluso de los despreciadores del cuerpo, caemos en la trampa y hacemos sin darnos cuenta de él otra vez una interioridad:
“… me molestan ciertos discursos del cuerpo que, o bien se vuelven hacia el «bodybuilding», y lo reducen a Schwarzenegger, o bien, muy sutilmente, muy solapadamente hacen del cuerpo un alma, en el sentido tradicional: el cuerpo significante, el cuerpo expresivo, el cuerpo gozador, el cuerpo sufriente, etc. Pero al decir eso se pone el cuerpo en el lugar del alma o del espíritu”.
¿Cómo evitar poner el cuerpo en el lugar tradicional del alma?: ésta parece ser la dificultad que los ensalzadores del cuerpo pasan ahora por alto y sobre la cual Nancy trabaja con insistencia, en cambio, cuando pone especial cuidado en evitar la suposición de que el cuerpo es algo cerrado, pleno o en sí. Porque si hay algo cerrado no es el cuerpo, precisamente, sino algo que puede llamarse ‘masa’ y que la tradición filosófica conoce como ‘sustancia’, esto es, lo que no precisa de otra cosa para existir. Esta sustancia, cerrada por definición sobre sí, carece de extensión y por lo tanto a ella no le es dado tampoco exponerse: es simplemente un punto mientras que un cuerpo, al revés, es lo abierto por naturaleza y, como tal, extenso y siempre expuesto:
“Por mi piel yo me toco. Y me toco de fuera, no me toco de dentro. Los análisis fenomenológicos del «tocarse» vuelven siempre hacia una interioridad primera. Lo que no es posible. Hace falta primeramente que yo este en exterioridad para tocarme. Y lo que yo toco permanece fuera. Yo estoy expuesto a tocarme yo mismo. Y por tanto - ahí esta el punto difícil - el cuerpo esta siempre fuera, afuera, es de fuera. El cuerpo esta siempre fuera de la intimidad del cuerpo mismo”.
Hablar del cuerpo como un adentro sería como hablar de un cuerpo sin alma. Por eso, contra quienes reducen el cuerpo a una substancia Nancy señala que es imprescindible servirse de la palabra ‘alma’ como de una palanca que nos permita escuchar ese afuera del cuerpo en que consiste, si bien paradójicamente, su mismo interior:
“Cuerpo quiere decir muy exactamente el alma que se siente cuerpo. O: el alma es el nombre del sentir del cuerpo. Podríamos decirlo con otras parejas de términos: el cuerpo es el ego que se siente otro ego. Podríamos decirlo tomando todas las figuras de la interioridad consigo mismo frente a la exterioridad: el tiempo que se siente espacio, la necesidad que se siente contingencia, el sexo que se siente otro sexo. La formula que resume este pensamiento seria: el dentro que se siente fuera”.
Al hablar del alma para hablar del cuerpo lo que Nancy busca es, en definitiva, ofrecer una comprensión de la existencia como integración o, lo que es lo mismo, como superación de la dicotomía alma-cuerpo. Porque cuando se piensa en el alma como opuesta al cuerpo no estamos simplemente haciendo filosofía, sino dando cuenta de un problema que atañe históricamente al ser humano civilizado en general - haga o no filosofía - y que consiste en sentirse escindido entre su parte animal o pasional, por un lado, y su parte racional o espiritual por el otro:
“Bajo el llamado o la interpelación de lo que viene con el nombre de cuerpo, hace falta primero —y lo digo un poco por provocación, pero no solamente— restituir algo del dualismo, en el sentido preciso de que hay que pensar que el cuerpo no es la unidad monista (opuesta a la visión dualista), la inmediatez, la inmanencia consigo mismo con que antaño se dotaba al alma. El cuerpo es la unidad de un ser fuera de si. Aquí abandono la palabra dualismo y tampoco digo que es la unidad de una dualidad. El recurso provocador de la palabra dualismo solo dura un segundo. Se trata enseguida de pensar mas bien la unidad del ser fuera de si, la unidad del volver a si como un «sentirse», un «tocarse» que necesariamente pasa por el exterior — lo que hace que yo no pueda sentirme sin notar al otro y sin ser notado por el otro”.
Si a la integración existencial puede concebírsela muy apropiadamente como un ‘sentirse’, ello sólo es entonces a condición de que no sea en el modo de un mero ‘sentirse a uno mismo’, dado que ya no es un posicionarse ni un apropiarse de sí sino un sentirse justamente como un afuera. El sentirse fuera no es entonces la propiedad de un cuerpo. Por el cuerpo, el yo no toca ni es tocado sino que, técnicamente, hay que decir que el yo es un toque. Y a esto mismo se refería Heidegger, dice Nancy, cuando hablaba del Dasein como del ‘ser ahí’:
“No se trata por tanto de estar ahí. Se trata mas bien, según esta formula, quizás impenetrable, de Heidegger, de «ser el ahí» — exactamente en el sentido en que, cuando un sujeto aparece, cuando un niño nace, ocurre que hay un nuevo «ahí». El espacio, la extensión en general se extiende y se abre. El niño no esta en ninguna otra parte que ahí. No esta en un cielo desde donde ha descendido para encarnarse. El es la separación, ese cuerpo es la separación de un «ahí»”.
Cuando Nancy resume la cuestión diciendo que el cuerpo es un adentro que se siente fuera es importante remarcar que no está queriendo decir que haya algo que estaría previamente adentro y que luego entonces, voluntaria o involuntariamente, saldría. No se trata de un ‘yo mismo’ que se siente fuera como ‘otro de sí’. El afuera no se asigna a propiamente a nadie: el yo es el afuera. El yo, comprendido desde el cuerpo, o por el cuerpo, es sintiente, o mejor, el yo es pura exposición y por tanto, desde el inicio, siempre otro:
“El alma es un nombre para la experiencia que el cuerpo es. Experiri, en latín, es justamente ir al exterior, salir a la aventura, hacer una travesía, sin siquiera saber si se volverá. Un cuerpo es lo que empuja los limites hasta el extremo, a ciegas, tentando, tocando por lo tanto. Experiencia de que? Experiencia de «sentirse», de tocarse a si mismo. Pero al tocarse a si mismo es la experiencia de tocar lo que en cierta manera es intocable, ya que el «tocarse» uno mismo no es como tal algo que se toque. El cuerpo es la experiencia de tocar indefinidamente lo intocable, pero en el sentido en que lo intocable no es nada que este detrás, ni un interior o un adentro, ni una masa, ni un Dios. Lo intocable es que eso toca.”
La ‘salida de sí’ que define el modo de ser del hombre resulta sistemáticamente boicoteada por nosotros mismos, obviamente, propensos como somos a considerarnos- más cómoda y naturalmente - una cosa antes que existentes propiamente dichos. De ahí que el esfuerzo para facilitar el paso de una existencia que resulta inauténtica por no tomar nota de su propia naturaleza a otra que se reconozca como tal sea de fundamental importancia y, prácticamente, define la razón de ser de la filosofía. Jean-Luc Nancy, en esta línea de pensamiento, sospecha que lo que obstaculiza la asunción de nuestra existenciaridad podría fundarse en el error de concebir nuestra ‘salida de si’ como una suerte de exilio, es decir, como el abandono de un lugar que consideraríamos supuestamente como propio para convertirnos, entonces, exiliados en un lugar ajeno. Y en un pequeño artículo que lleva por título “La existencia exiliada” se ocupó de aclarar dicha confusión con el fin de precisar así el sentido más profundo de la existencia:
“Se trata entonces de pensar el exilio, no como algo que sobreviene a lo propio, ni en relación con lo propio -como un alejamiento con vistas a un regreso o sobre el fondo de un regreso imposible-, sino como la dimensión misma de lo propio. De ahí que no se trate de estar "en exilio en el interior de sí mismo", sino ser sí mismo un exilio: el yo como exilio, como apertura y salida, salida que no sale del interior de un yo, sino yo que es la salida misma. Y si el "a sí" adopta la forma de un "retorno" en sí, se trata de una forma engañosa: porque "Yo" sólo tiene lugar "después" de la salida, después del ex, si es que puede decirse así. Sin embargo, no hay "después": el ex es contemporáneo de todo "yo" en tanto tal.”
Lo más ‘propio’ del hombre no es lo que supuestamente abandonaría en el exilio sino, al revés, el exilio mismo. De ahí que, así como Heidegger halló en el hombre el asilo del ser, es decir, el existente donde el ser podía revelarse sin temor a ser jamás convertido plenamente en cosa, así también el hombre precisaría, a su vez, un asilo donde su existencia fuese capaz de permanecer entonces inexpugnable. Para Nancy, este lugar de resguardo donde mantener a salvo la impropiedad de lo propio resulta posible hallarlo, paradójicamente, justo en aquello que la tradición consideró históricamente como la manifestación misma del exilio, a saber, el cuerpo. Por ello, y muy lejos de señalar al cuerpo, entonces, como una propiedad a ser recuperada, tal como esta tan en boga reclamar en nuestros tiempos liberales, Nancy identifica al cuerpo, al revés, como el asilo de la existencia:
“El cuerpo es por excelencia uno de los nombres del exilio tradicional: lugar de paso para un regreso al alma o el espíritu. No obstante, el cuerpo también puede pensarse, no como cuerpo caído, ni como "cuerpo propio" (al modo de Merleau-Ponty), sino más bien como exterioridad en la cual la "interioridad" se ve, ante todo y de modo esencial, expuesta: planteada fuera, planteada como fuera. No soy mi cuerpo - si no, no nombraría "el cuerpo"- y tampoco paso por el cuerpo para ir a otra parte, sino que el cuerpo es el exilio y el asilo en el que algo así como un "yo" viene a quedar ex-puesto, es decir, a ser”.
Durante todo el s.20, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción constituyó la puerta inevitable a lo que se consideraba un mundo nuevo. No obstante, y sin tomar nota de la contradicción, en la mayoría de los discursos pretendidamente progresistas de la actualidad figura como prioritario el rescate de un cuerpo que se considera por definición expropiado, con lo cual toda posible estrategia revolucionaria queda cautiva así de la función mercancía que pretende denunciar. Frente a esta concepción del cuerpo como inscripción de las pautas de una sociedad de control, Nancy propone entonces un completo cambio de paradigma que, en lugar de un cuerpo inscripto, parte del cuerpo ‘ex-cripto’.
‘Ex-critura’ es un neologismo que utiliza Nancy como juego de palabras que le permite, por un lado, distinguirse de su antagonista - la ‘inscripción’ que producirían en los cuerpos los mecanismos de dominación - mientras que, por otro lado, sintetiza ‘existencia’ y ‘escritura’ en un sólo término para dar cuenta de la dimensión comunitaria que estaría implícita en una manifestación cuyo sentido escapa a la presencia. El cuerpo ex-cripto pasa a someterse, desde su mismo comienzo, a carecer así explícitamente de comienzo, haciendo de ese específico diferimiento, sin embargo, la condición misma de posibilidad de lo común.
El cuerpo sigue siendo, en la consideración de Nancy, ese campo de batalla donde se manifiestan y, al mismo tiempo, supuestamente se resolverían los conflictos de una sociedad que no es capaz aún de sobrellevar dignamente la pérdida de sentido del mundo. Pero, muy lejos de proclamar al cuerpo como la supuesta cabecera de playa de una invasión, la revolución de los cuerpos que imagina Nancy se gestaría al contrario renunciando - y en ello está la originalidad de su reflexión - no sólo a reconquistarlos sino, sobre todo, resignando a continuación también a todo peregrino derecho de nuestra parte sobre cualquier posible territorio a ocupar. De este modo, el cuerpo se revela para Nancy siendo el lugar de la impropiedad en un doble sentido: no podemos apropiárnoslo y, careciendo así de lugar de residencia propio, salir a apropiarnos de cualquier otra cosa resulta un contrasentido.
2- Corpus, la obra donde Nancy reflexiona más extensamente sobre el cuerpo, comienza con una reflexión sobre la Eucaristía. Quienes pretendan hallar en ella una crítica frontal al modo como la tradición concibió al cuerpo, sin embargo, se sentirán seguramente desilusionados o directamente confundidos, ya que para Nancy no sólo no nos podemos desentender de nuestro cristianismo sino que, lejos de atribuirle a esta herencia una esencia única e inmutable considera, por el contrario, que el propio cristianismo se deconstruye a sí mismo.
A lo largo de todo el libro, la frase ‘este es mi cuerpo’ opera como una suerte de mantra occidental o, mas bien, de verdadero koan latino cuyo sentido nos habría sido conferido como legado histórico desplegar. Ya sea como presencia del cuerpo de Dios, entonces, o como símbolo de pertenencia al cuerpo de Dios, en el ritual eucarístico el cuerpo consistirá en definitiva uno que se ausenta y que, más que ocupar propiamente un lugar, lo muestra finalmente vacante, motivo por el cual toda la tradición filosófica no ha hecho otra cosa, según Nancy, que nombrar de diferentes maneras dicha vacilación natural entre la presencia y la ausencia ya anotada en ese ‘este’:
“ … estamos obsesionados con mostrar un ‘este’ y convencer (nos) de que este ‘este’, aquí, ‘es’ lo que no se puede ni ver ni tocar, ni aquí ni en ninguna parte — y que este no esta ahí de cualquier manera, sino como su cuerpo. El cuerpo de ‘eso’ (Dios, absoluto, como se quiera) y que eso tiene un cuerpo o que eso es un cuerpo (y por tanto se puede pensar, que eso es el cuerpo, absolutamente), he ahí nuestra obsesión”.
Ese cuerpo, que se creía significante por ser de Dios, es quien primero pierde pie de pronto por sí mismo, y la certeza que nos garantizaba queda así hecha astillas. Pero no porque los hombres lo hayan matado, sino por su misma tensión constitutiva. Que el ‘este’ del ‘este es mi cuerpo’ nunca tuvo ahí lugar termina por señalar, al mismo tiempo, al cuerpo como ese no-lugar por el cual, sin embargo, y sobre todo gracias al cual, el mismo ser en tanto tal en definitiva viene a la existencia.
“El mundo de los cuerpos es el mundo no-impenetrable, el mundo que no esta primeramente sometido a lo compacto del espacio (que, como tal, solo es relleno, al menos virtual), donde, en cambio, los cuerpos articulan primeramente el espacio. Cuando los cuerpos no están en el espacio, sino el espacio en los cuerpos, entonces hay espaciamiento, tensión del lugar”.
No se puede entender esta característica estrictamente existencial de lo corporal sin modificar de manera simultánea el prejuicio metafísico que hace del espacio algo en apariencia denso o pleno dentro del cual, nosotros y las cosas, nos instalaríamos. Aunque parezca difícil imaginar, entonces, cualquier otra concepción del espacio que no sea ‘espacial’, en este determinado sentido, toda la novedad de la reflexión nancyana resulta por ello de esta apuesta ontológica que, buscando apartarse del espiritualismo de los despreciadores del cuerpo tanto como del hedonismo de los que lo ensalzan, inaugura una concepción del espacio que él llama ‘espaciosidad’:
“Los cuerpos no son de lo «pleno», del espacio lleno (el espacio esta por doquier lleno): son el espacio abierto, es decir, el espacio en un sentido propiamente espacioso mas que espacial, o lo que se puede todavía llamar el lugar. Los cuerpos son lugares de existencia, y no hay existencia sin lugar, sin ahí, sin un «aquí», «he aquí», para el este. El cuerpo lugar no es ni lleno, ni vacío, no tiene ni fuera, ni dentro, como tampoco tiene partes, totalidad, funciones, o finalidad. Sin falo y acéfalo en todos los sentidos, si se puede decir”.
Comprender al cuerpo como lugar de existencia básicamente significa para Nancy que no ocupa un lugar, sino que propiamente ‘da’ lugar. Pero aquello a lo que el cuerpo da lugar no sería justamente a sí mismo, entonces, sino a la existencia como tal. Si el cuerpo resulta el ser de la existencia se debe, fundamentalmente, a esa capacidad suya para crear un área donde se articula la exposición de los cuerpos. Pero esta ‘arealidad’ del cuerpo no resultaría propiamente un 'territorio' porque no es del orden de lo pleno sino que, como la misma palabra lo sugiere, da cuenta más bien de una falta de realidad o de realidad tenue en la que consiste justamente la condición donde el ser se expone.
“Lo que tiene cola y cabeza no depende del lugar, sino de su sitio de colocación: cola y cabeza están colocados a lo largo de un sentido, y el conjunto mismo constituye una colocación de sentido, y todos los puestos están comprendidos en la gran cabeza-a-cola del Animal Universal. Pero lo sin-cola-ni-cabeza no entra en esta organización ni en este espesor compacto. Los cuerpos no tienen lugar, ni en el discurso, ni en la materia. No habitan ni «el espíritu» ni «el cuerpo». Tienen lugar al limite, en tanto que limite: limite — borde externo, fractura e intersección del extraño en el continuo del sentido, en el continuo de la materia”.
La espaciosidad de los cuerpos interrumpe, separa, opera desde sus límites rompiendo toda plenitud y expresando la fractura misma del sentido. Es el propio cuerpo-verdad, ese cuerpo con cola y cabeza lo que se deconstruye al exponerse, dado que su ex-posición no consiste sino en poner en cuestión su intimidad. El cuerpo es entonces así una ex-posicion del «si mismo» en el sentido de una traducción, de una interpretación, o de una puesta en escena. Y por eso, en definitiva, su ex-ponerse consiste una auténtica partida:
“El a sus adentros ni se traduce ni se encarna ahí, es ahí lo que es: ese vertiginoso atrincheramiento de si que es necesario para abrir lo infinito del atrincheramiento hasta si. El cuerpo es esta partida de si a si. Expuesto, por tanto: pero no es la puesta ante la vista de lo que primero estuvo oculto, encerrado. Aquí, la exposición es el ser mismo (léase: el existir). (...) El cuerpo es el ser-expuesto del ser.”
Ni carne sin sentido, esto es, ni carne donde encarna el sentido, el cuerpo no tiene propiamente otro sentido que el de ser entonces cuerpo del sentido. 'Corpus', en consecuencia, en tanto concepto es una forma que hace precisamente referencia a esta condición por la cual los cuerpos, unos afuera de los otros, permiten el despliegue del sentido como un toque de los cuerpos entre sí. Con lo cual, y en definitiva, el sentido revela no sólo su naturaleza por definición política, es decir, su ser en-común, sino también esa doble acepción de la palabra 'sentido' con la que Nancy jugará a lo largo de su obra, a saber, la del sentido como dirección y la del sentido del tacto.
Como la originalidad de la reflexión nancyana consiste en ligar al cuerpo con la existencia, ignora toda supuesta esencia que consistiría supuestamente, por lo tanto, la base de su expresividad. Por eso es que Nancy liga a su vez esta ex-posición del ser con la escritura, en tanto en o por ella no se devela una verdad sino que, al contrario, despliega y disemina sentidos. Porque la escritura, lejos de ofrecer una significación más plena, consiste para Nancy una apertura por la cual resulta posible que las significaciones hagan efectivamente sentido, motivo por el cual, en definitiva, concluye que...
“… la ontología se revela como escritura. «Escritura» quiere decir; no la mostración, ni la demostración, de una significación, sino un gesto para tocar el sentido. Un tocar, un tacto que es como un dirigirse a. Quien escribe no toca a la manera de la captura, del agarrar de la mano (del begreifen = capturar, apoderarse de, que es la palabra alemana para «concebir»), sino que toca al modo del dirigirse, del enviarse al toque de un afuera, de algo que se hurta, se aparta, se espacia”.
Martín Heidegger había señalado ya que el cuerpo no es de nuestra propiedad. Pero el cuerpo ontológico, para Nancy, es uno que no sólo no tenemos sino que tampoco sería apropiado decir que somos, puesto que él es más bien el modo como el ser se ex-cribe, es decir, se ex-pone y extiende la fractura del sentido a partir de los espaciamientos. Ni significante ni significado, dice Nancy, el cuerpo es la arqui-tectonica del sentido, pero no porque el cuerpo estuviera como flotando fuera del sentido sino, al revés, porque el sentido mismo flota sobre el límite que es el cuerpo:
“El cuerpo del sentido no es para nada la encarnación de la idealidad del «sentido»: al contrario, es el fin de esta idealidad, el fin del sentido, por consiguiente, en cuanto que cesa de remitir-se y de referirse a si (a la idealidad que le da «sentido»), y se suspende, sobre ese limite que le da su «sentido» mas propio, y que lo expone como tal. El cuerpo del sentido expone esta suspensión «fundamental» del sentido (expone la existencia) — que asimismo se puede llamar la fractura que es el sentido en el orden mismo del «sentido», de las significaciones y de las interpretaciones”.
3- Se dice que cuando a Martín Heidegger le preguntaron por qué no había reflexionado más detenidamente acerca del cuerpo él respondió que no tenía mucho para decir al respecto. Semejante afirmación quizás nos resulte extraña proviniendo de un pensador existencial de su envergadura, pero podemos hallarla suscrita y rubricada décadas más tarde por Jean-Luc Nancy cuando, para hablar del cuerpo, nos habla del alma. Es que el enfoque sobre el cuerpo supone para ambos una apertura al infinito que lanza al pensamiento a una búsqueda imposible tal que, justo por no poder ser pensado es, justamente, lo que permite en definitiva al pensar:
“Para hablar del cuerpo, es decir, para decirlo al modo latino y profesoral «de corpore» (a propósito del cuerpo), habría siempre que hablar del cuerpo «ex corpore»: se tendría siempre que hablar a partir del cuerpo, hablar tendría que proyectarse fuera del cuerpo — «ex corpore», como «ex cathedrae. Un discurso del cuerpo siempre tendría que ser un discurso «ex corpore», saliendo del cuerpo, pero también exponiendo el cuerpo, de suerte que el cuerpo ahí se salga de si mismo. El discurso del cuerpo no puede producir un sentido del cuerpo, no puede dar sentido al cuerpo. Debe mas bien tocar lo que, del cuerpo, interrumpe el sentido del discurso. Ese es el gran asunto”.
Tocar la interrupción del sentido constituye el asunto más grande del cuerpo y no puede ser abordado sino de manera elíptica, sin embargo, deconstruyendo al mismo tiempo las nociones que la tradición nos legó acerca del alma y el cuerpo. Nancy dice que todos los análisis acerca del ‘tocar’ vuelven siempre de manera equivocada sobre una intimidad primera reinstalando, a su vez y sin quererlo, la tradicional dualidad alma-cuerpo. Por lo tanto, de lo que actualmente se trata cuando hablamos del cuerpo y del tocar es de poner en evidencia ese dualismo que se nos cuela subrepticiamente cuando, pretendiendo denunciar y burlarnos incluso de los despreciadores del cuerpo, caemos en la trampa y hacemos sin darnos cuenta de él otra vez una interioridad:
“… me molestan ciertos discursos del cuerpo que, o bien se vuelven hacia el «bodybuilding», y lo reducen a Schwarzenegger, o bien, muy sutilmente, muy solapadamente hacen del cuerpo un alma, en el sentido tradicional: el cuerpo significante, el cuerpo expresivo, el cuerpo gozador, el cuerpo sufriente, etc. Pero al decir eso se pone el cuerpo en el lugar del alma o del espíritu”.
¿Cómo evitar poner el cuerpo en el lugar tradicional del alma?: ésta parece ser la dificultad que los ensalzadores del cuerpo pasan ahora por alto y sobre la cual Nancy trabaja con insistencia, en cambio, cuando pone especial cuidado en evitar la suposición de que el cuerpo es algo cerrado, pleno o en sí. Porque si hay algo cerrado no es el cuerpo, precisamente, sino algo que puede llamarse ‘masa’ y que la tradición filosófica conoce como ‘sustancia’, esto es, lo que no precisa de otra cosa para existir. Esta sustancia, cerrada por definición sobre sí, carece de extensión y por lo tanto a ella no le es dado tampoco exponerse: es simplemente un punto mientras que un cuerpo, al revés, es lo abierto por naturaleza y, como tal, extenso y siempre expuesto:
“Por mi piel yo me toco. Y me toco de fuera, no me toco de dentro. Los análisis fenomenológicos del «tocarse» vuelven siempre hacia una interioridad primera. Lo que no es posible. Hace falta primeramente que yo este en exterioridad para tocarme. Y lo que yo toco permanece fuera. Yo estoy expuesto a tocarme yo mismo. Y por tanto - ahí esta el punto difícil - el cuerpo esta siempre fuera, afuera, es de fuera. El cuerpo esta siempre fuera de la intimidad del cuerpo mismo”.
Hablar del cuerpo como un adentro sería como hablar de un cuerpo sin alma. Por eso, contra quienes reducen el cuerpo a una substancia Nancy señala que es imprescindible servirse de la palabra ‘alma’ como de una palanca que nos permita escuchar ese afuera del cuerpo en que consiste, si bien paradójicamente, su mismo interior:
“Cuerpo quiere decir muy exactamente el alma que se siente cuerpo. O: el alma es el nombre del sentir del cuerpo. Podríamos decirlo con otras parejas de términos: el cuerpo es el ego que se siente otro ego. Podríamos decirlo tomando todas las figuras de la interioridad consigo mismo frente a la exterioridad: el tiempo que se siente espacio, la necesidad que se siente contingencia, el sexo que se siente otro sexo. La formula que resume este pensamiento seria: el dentro que se siente fuera”.
Al hablar del alma para hablar del cuerpo lo que Nancy busca es, en definitiva, ofrecer una comprensión de la existencia como integración o, lo que es lo mismo, como superación de la dicotomía alma-cuerpo. Porque cuando se piensa en el alma como opuesta al cuerpo no estamos simplemente haciendo filosofía, sino dando cuenta de un problema que atañe históricamente al ser humano civilizado en general - haga o no filosofía - y que consiste en sentirse escindido entre su parte animal o pasional, por un lado, y su parte racional o espiritual por el otro:
“Bajo el llamado o la interpelación de lo que viene con el nombre de cuerpo, hace falta primero —y lo digo un poco por provocación, pero no solamente— restituir algo del dualismo, en el sentido preciso de que hay que pensar que el cuerpo no es la unidad monista (opuesta a la visión dualista), la inmediatez, la inmanencia consigo mismo con que antaño se dotaba al alma. El cuerpo es la unidad de un ser fuera de si. Aquí abandono la palabra dualismo y tampoco digo que es la unidad de una dualidad. El recurso provocador de la palabra dualismo solo dura un segundo. Se trata enseguida de pensar mas bien la unidad del ser fuera de si, la unidad del volver a si como un «sentirse», un «tocarse» que necesariamente pasa por el exterior — lo que hace que yo no pueda sentirme sin notar al otro y sin ser notado por el otro”.
Si a la integración existencial puede concebírsela muy apropiadamente como un ‘sentirse’, ello sólo es entonces a condición de que no sea en el modo de un mero ‘sentirse a uno mismo’, dado que ya no es un posicionarse ni un apropiarse de sí sino un sentirse justamente como un afuera. El sentirse fuera no es entonces la propiedad de un cuerpo. Por el cuerpo, el yo no toca ni es tocado sino que, técnicamente, hay que decir que el yo es un toque. Y a esto mismo se refería Heidegger, dice Nancy, cuando hablaba del Dasein como del ‘ser ahí’:
“No se trata por tanto de estar ahí. Se trata mas bien, según esta formula, quizás impenetrable, de Heidegger, de «ser el ahí» — exactamente en el sentido en que, cuando un sujeto aparece, cuando un niño nace, ocurre que hay un nuevo «ahí». El espacio, la extensión en general se extiende y se abre. El niño no esta en ninguna otra parte que ahí. No esta en un cielo desde donde ha descendido para encarnarse. El es la separación, ese cuerpo es la separación de un «ahí»”.
Cuando Nancy resume la cuestión diciendo que el cuerpo es un adentro que se siente fuera es importante remarcar que no está queriendo decir que haya algo que estaría previamente adentro y que luego entonces, voluntaria o involuntariamente, saldría. No se trata de un ‘yo mismo’ que se siente fuera como ‘otro de sí’. El afuera no se asigna a propiamente a nadie: el yo es el afuera. El yo, comprendido desde el cuerpo, o por el cuerpo, es sintiente, o mejor, el yo es pura exposición y por tanto, desde el inicio, siempre otro:
“El alma es un nombre para la experiencia que el cuerpo es. Experiri, en latín, es justamente ir al exterior, salir a la aventura, hacer una travesía, sin siquiera saber si se volverá. Un cuerpo es lo que empuja los limites hasta el extremo, a ciegas, tentando, tocando por lo tanto. Experiencia de que? Experiencia de «sentirse», de tocarse a si mismo. Pero al tocarse a si mismo es la experiencia de tocar lo que en cierta manera es intocable, ya que el «tocarse» uno mismo no es como tal algo que se toque. El cuerpo es la experiencia de tocar indefinidamente lo intocable, pero en el sentido en que lo intocable no es nada que este detrás, ni un interior o un adentro, ni una masa, ni un Dios. Lo intocable es que eso toca.”