jueves, 10 de noviembre de 2016

UN DESEO ERÓTICO




“Acaso a alguien puede hacerle sufrir el no estar en el mundo a la manera de una ola perdida en la multiplicidad de las olas, ignorando los desdoblamientos y las fusiones de los más simples entre los seres. Pero esa nostalgia gobierna y ordena, en todos los hombres, las tres formas del erotismo – el de los cuerpos, el de los corazones y el sagrado.”
 G. Bataille


1- La sexualidad humana se distingue respecto de la animal por  contemplar, básicamente, diversos ámbitos culturales como el psicológico, el social, el ético, áreas todas que están más allá de la reproducción como fundamento. Pero no toda sexualidad humana resulta por eso de manera necesaria un fenómeno de naturaleza esencialmente subjetivo y se convierte así en propiamente erótica. 

¿Qué separa afirmativamente de su objeto y convierte pues, a la sexualidad, en erotismo? ¿Y qué hace entonces, de la sexualidad, una posibilidad sin par de integración del ser humano consigo mismo además de entre dos seres, pero se convierte muchas veces, al contrario, en elemento de desintegración por excelencia? Y por último ¿en qué se funda el erotismo?: ¿en las restricciones sexuales propias del mundo humano o, al revés, en la total libertad sexual propia del mundo animal?

Lo primero que conviene distinguir dentro del ámbito de la sexualidad humana es aquella regida por el deseo entendido como carencia que la reduce sin mas a la genitalidad, y otra por un deseo que se afirma como potencia, en cambio, y se mide por la capacidad de afectar y ser afectado. La posibilidad de erotizar la vida aparecería sólo a partir de la consideración de éste último aspecto, o sea, a partir del salto que supone dejar de experimentar la sexualidad viniendo desde afuera, como mero impulso que obliga a llenar algo que nos falta, y poder empezar a sintonizarla también como algo que, lejos de obligarnos a obedecerla, resulta un plus que enriquece infinitamente nuestro ser.

En segundo lugar, y de acuerdo con esta interpretación afirmativa del deseo, hay que resaltar que la sexualidad no resulta una línea de vivencia que necesite propiamente liberarse, tal como W. Reich, el padre del freudo-marxismo, sostenía por ejemplo en La Función del Orgasmo. Porque reducir la cuestión del deseo a la necesidad de salir de su encierro, como se sostenía a mediados del siglo pasado, suponiendo que lo único que contaba era satisfacerlo, reduce la sexualidad a una mera descarga anti-represiva. Y es partiendo del cuestionamiento responsable de esta hipótesis represiva, entonces, como comienza a perfilarse a partir de los desarrollos de M. Foucault, G. Deleuze y F. Guattari una hipótesis erótica del deseo, más ligada con lo estrictamente ético que con el mero rechazo a una moral.

Si al freudo-marxismo, por ejemplo, la idea de la sexualidad restringida al ámbito de la pareja le resultaba normativa era porque se regía por esa concepción decimonónica del deseo como carencia que es que lo que, en definitiva, funda  y reproduce toda moral represiva. Para una concepción afirmativa del deseo, en cambio, si la sexualidad se restringe al ámbito de pareja sería por una decisión ética y no por una prohibición moral. Porque la paradoja de un principio ético es que, justo por ser producto de una decisión, resulta que también podemos transgredirlo: asumimos que está bien como tal, pero aún y sobre todo cuando nos arriesgamos conscientemente a ignorarlo.


2- Esta idea de ‘transgresión’ ligada al ámbito  de lo ético resulta, según sostiene G.Bataille en El Erotismo, el concepto clave que nos permite entender, en definitiva, la diferencia entre la sexualidad animal y la humana. Para comprenderlo, sin embargo, hay que partir de un marco teórico que distingue en principio dos tipos de vivencia temporal: una continuidad propia del animal y la discontinuidad característica del mundo humano. 

En Teoría de la Religión, Bataille afirma así que son las prohibiciones culturales en torno a la muerte y al sexo - propias del mundo humano – quienes rompen la continuidad del ser que caracteriza al mundo animal, y que al someternos a ellas los hombres vivimos en el mundo profano caracterizado por la discontinuidad. Pero la posibilidad de transgredir dichas prohibiciones es, sin embargo, lo que nos habilita justamente a lo erótico y lo sagrado, ligándose ahora la sexualidad con la trascendencia para recuperar, aunque mas no sea pasajeramente, algo de la continuidad del ser propia del mundo animal:

“Toda la operación del erotismo tiene como fin alcanzar el ser en lo más íntimo, hasta el punto de desfallecimiento. El paso del estado normal al estado de deseo erótico supone en nosotros una disolución relativa del ser, tal como está constituido en el orden de la discontinuidad.”

La paradoja de la prohibición cultural consiste en que, si bien instaura la discontinuidad, lo erótico y lo sagrado serían sin ella imposibles ya que, como tantas veces dice Bataille respecto de los animales, los humanos seguiríamos permaneciendo de esa manera indistintos “como el agua dentro del agua” y careceríamos así de distancia alguna que salvar. Asumir nuestra sexualidad no implica renegar entonces del ámbito de la cultura por represivo sino, al revés, concebir al erotismo como un fenómeno eminentemente cultural. La posibilidad de erotizar la vida, lejos de  consistir un mero retorno a lo natural, representa eminentemente la visita que hacemos a lo natural desde nuestro mundo humano una vez que nos permitimos considerar esa sexualidad reducida a lo genital como un mero producto – y no ya como causa – de la prohibición.

La fusión erótica, a diferencia de la original continuidad animal, no ignora la discontinuidad humana, permitiendo abrirnos así a lo sagrado y la trascendencia porque está en contacto íntimo y contradictorio en definitiva con la muerte. Porque Eros y Tanatos representan una energía bifronte para un deseo entendido como potencia. Lejos de esa delirante utopía freudomarxista de derrotar a la muerte (como proponía H. Marcuse en Eros y Civilización), la muerte representa para Bataille al contrario eso que resulta preciso asumir paradójicamente también como deseada para comenzar a comprender entonces lo que está profundamente en juego en el erotismo, a saber, que

Somos seres discontinuos, individuos que mueren aisladamente en una aventura ininteligible; pero nos queda la nostalgia de la continuidad perdida. Nos resulta difícil soportar la situación que nos deja clavados en una individualidad fruto del azar, en la individualidad perecedera que somos. A la vez que tenemos un deseo angustioso de que dure para siempre eso que es perecedero, nos obsesiona la continuidad primera, aquella que nos vincula al ser de un modo general.”

El deseo deja de estar regido por la carencia y se convierte propiamente erótico cuando, al asumirnos como seres sexuados, reconocemos en definitiva nuestra peculiar relación de amor/odio con la muerte: es decir, con la muerte como aquello que por un lado nos amenaza y que, por el otro aunque al mismo tiempo, nos redime del profano mundo del trabajo y el cálculo. 

El hastío que nos provoca el orden y lo previsible, la conservación y la seguridad, cuando sintonizamos lo erótico se trastoca entonces peligrosamente. Un nuevo impulso, esta vez desorganizado e imprevisible, nos arroja ahora así al despilfarro y al riesgo sin fundamento, convirtiéndonos inevitablemente en presa fácil del error. Y allá vamos, entonces, de pronto pródigos de una abundancia tan nueva como insospechada que no por ser propia de la vida capaz de amigarse con la muerte nos resulta ajena, sin embargo, sabiéndonos y sintiéndonos parte ahora de algo que nos excede y que se excede incluso, y por sobre todo, a sí mismo ya que "el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. 





UNIDAD MILITANTE

  Si la unidad fuese un hecho, la política no tendría razón de ser. Hay política, mas bien, porque la unidad no nos está dada de antemano. E...