sábado, 18 de abril de 2020

UTOPÍA BIOCÉNTRICA

Después de sucesivas crisis políticas, económicas y de costumbres que caracterizaron al pasado siglo, se suma ahora con urgencia la ecológica que, agregada a las anteriores aún no resueltas, nos enfrenta finalmente a una disyuntiva que necesita ser formalmente planteada : ¿debemos seguir considerando  que nuestra naturaleza humana sea de por sí disociativa y, por lo tanto, resulte imperioso poner orden en nuestra forma de relacionarnos, dejando nuestras vidas así en las exclusivas manos de la razón?

Si éste fuese el caso, tomar partido por la vida se traduciría en apoyar, como siempre hemos hecho hasta ahora, aquellas posturas ideológicas que hoy nos parecen brindar especial atención a la desigualdad social y al cuidado del medio ambiente. Pero también, con igual empeño, podríamos comenzar a poner fe, no ya en la necesidad de ordenar nuestro desastre sino, al revés, en la naturaleza comunitaria de todos los seres - incluido el humano. De esta forma saltaría a la vista lo que sin dudas consiste para muchos hoy el desafío por venir: comprometernos de una vez por todas a dejarnos guiar por el corazón en lugar de la razón. 

Tomar partido por la vida no se agota, necesariamente, en una mera lucha contra quienes atentan contra ella. Un sentido compromiso con la vida, al revés, nos lleva pronto a desconfiar de todo cambio que se limite a modificar las estructuras de la sociedad y nos lleva a inaugurar, en definitiva, una nueva y revolucionaria concepción de intervención política ligada al concepto de 'masa crítica'. Y como ésta concepción alternativa de lo político no resulta fruto de una mera respuesta emocional sin fundamento, conviene repasar los motivos que hoy nos permiten manifestarla y declararla seriamente. 


1- En los comienzos de la modernidad, un astrónomo llamado Copérnico revolucionó el mundo científico al demostrar que el centro del universo conocido no era la Tierra sino el Sol. Y el filósofo E. Kant, años después, demostró que el conocimiento ya no tenía como centro al objeto sino al sujeto, e inició entonces un giro conceptual que se dio en llamar 'copernicano’ por relación a ese Principio Antropocéntrico que resumió el cambio de perspectiva de la era moderna hasta nuestros días: el hombre como centro – o por encima - de todas las cosas.

El siglo que se fue, sin embargo, ha ido brindando sugestivos pasos orientados a permitir un nuevo giro que saque al hombre del centro poniendo ahora allí, si cabe continuar con dicha metáfora espacial, a la vida. En el campo de la psicología, W. Reich fue el primero en detectar así que la solución a un trauma no podía venir de la exclusiva dedicación al inconsciente personal, siendo el primero en dar lugar entonces al cuerpo como caja de resonancia de las emociones. Y más tarde L. Ibor, padre de la psicosomática, descubrió la existencia de eso que llamó una ‘urdimbre afectiva’ en la base del psiquismo, siendo el primero en hablar en consecuencia de un ‘inconsciente vital’.

Gracias a estos pioneros, a mediados de siglo 20 empieza entonces a prestarse atención al psiquismo celular, una fuerza que no precisa sin embargo del 'darse cuenta' o del 'ser consciente de sí' puesto que, a contrapelo del racionalismo humanista, su específica modalidad no se define ya desde el conocimiento sino a partir de su aptitud relacional, esto es, de su capacidad para establecer vínculos.

Dos científicos chilenos, Varela y Maturana, desarrollaron mientras tanto los conceptos de ‘cognición’ y ‘autopoiesis’ señalando con ellos dos cualidades esenciales de lo vital. El primero, la 'cognición', referido al modo en que los seres se relacionan, poniendo con ello de manifiesto el asociacionismo que caracteriza a la vida. El segundo, la 'autopoiesis', identificando la capacidad de auto generación de los seres vivos a partir del aprendizaje, es decir, de su capacidad de no quedar siendo simplemente lo que son. Solidaridad innata y autoproducción, en consecuencia, resultaron desde entonces estar armonizados en la vida, señalándonos que la manera de perpetuarse lo vital no debiera ser ya entendido en sentido conservador sino, al contrario, en constante evolución o renovación orgánica.

Fue basándose en todos estos avances científicos que otro chileno, R. Toro, postuló intempestivamente que las vivencias pueden llegar a modificar la expresión fenotípica de nuestro código genético. Propuso así un trabajo epigenético, que llamó 'sistema Biodanza', orientado a estimular reacciones químicas capaces de modificar la estructura genética sin alterarla. Pero al concentrarse en el inconsciente vital, a Toro le resultó obvio que su sistema no era simplemente de orientación terapéutica puesto que no se reducía a ayudar a estar mejor a una persona sino a que emprendiera un camino de ‘re-aprendizaje’ vital, atravesando para ello las resistencias lógicas de quien se ve obligado a desandar lo recorrido y volver atrás una y otra vez.

Los científicos J. Lovelock y L. Margulis, mientras tanto, habían desarrollado en los ‘70 la Hipóteis Gaia concibiendo a la Tierra como un sistema autoregulado que tiende de manera natural al equilibrio. Y a partir de esa enorme influencia Toro consideró necesario completar las ya de por sí innovadoras teorizaciones de Varela y Maturana dando el paso definitivo para la formulación de un nuevo Principio que fuese a lo macro lo que el inconsciente vital a lo micro. De esta manera, así como el inconsciente vital alude a una inteligencia o psiquismo celular, el Principio Biocéntrico postula desde entonces que la vida no es resultado de una síntesis aleatoria de la materia sino que, al revés, la materia o el universo existe porque primero existe la vida.

Sin una explícita contra propuesta cultural, el reaprendizaje vital del sistema Biodanza resulta impracticable. Por eso, cuando Toro propuso un Principio Biocéntrico lo hizo, más que como un nuevo paradigma de las ciencias duras, como un paradigma para las ciencias humanas capaz de mediar entre dos órdenes tradicionalmente enfrentados: los instintos y su ansia vital de expresarse en el presente, por un lado, y una cultura que, más que reprimirlos, les teme como a la propia expresión del mal.

Por sobre todas las cosas, el Principio Biocéntrico describe para Toro el intento de rescatar la sacralidad de la vida sorteando esa distinción entre lo sagrado y lo profano con la que nos ha enfermado la civilización. Es esta percepción integradora lo que hace de Biodanza algo completamente distinto tanto a las religiones como a las psicoterapias y que, aún cuando está lejos de ofrecerse como una administración detallada y efectiva de la sociedad, tan sólo por poner la vida al centro como principio de nuestros pensamientos y conductas se enfrenta a la cultura de la muerte que tiene hoy en jaque al planeta entero.

Sacar al hombre del centro y poner allí a la vida resulta una lamentable pérdida de tiempo si interpretamos a la vida con las mezquinas características de lo humano, esto es, si continuamos atribuyéndole tácitamente nuestro miedo, resentimiento, incompletitud e idéntica debilidad que, en definitiva, lamentablemente nos representa y nos define como especie. La gran empresa biocéntrica será en consecuencia cuestionar esa concepción utilitaria y naturalista de la vida que la redujo a la mera conservación de sí misma, y destacar en cambio la expansión, potencia, derroche y gratuidad como características esenciales de lo vital.


2- El paso dado a favor de la vida es uno que no todos están dispuestos a realizar. Pero el hecho es que, si no lo logramos entre todos, nunca podría ser realmente efectivo. De ahí la importancia que Toro brindó a un concepto elaborado por Lyall Watson íntimamente asociado al del Principio Biocéntrico como es el de 'masa crítica', dado que tomar partido por la vida no asume una explícita vocación política hasta tanto ofrecer su propia forma original de pensar una transformación social a partir de un cambio de mentalidad colectiva.

El concepto de 'masa crítica' que, sintéticamente, remite al cambio de una población cuando arriba a un punto crítico en la suma de quienes adhirieron a un cambio, ha recibido por supuesto severas objeciones filosóficas y científicas que responden, de manera obvia, a la defensa de esos mismos valores que desde nuestra conducta, quienes buscamos poner la vida al centro, tácitamente pretendemos dejar de lado. Pero ningún concepto se acerca más y mejor al propósito de mantener latente un necesario espíritu utópico sin caer, por ello, en ese voluntarismo humanista que, si bien llevó adelante grandes proyectos revolucionarios, todos ellos terminaron en la nada por partir del mismo principio que pretendían superar.

Varios han sido los aportes que desde la filosofía fueron encaminándose para su desarrollo, y F. Nietzsche tiene un rol especialmente destacado en esta dirección pues ya en el siglo 19 fue capaz de distanciarse de los valores anti vida que dan fundamento a la conciencia como eje a partir del cual se destaca lo 'humano', siendo así pionero en llamar la atención sobre la corporalidad y, sobre todo, en lanzar el utópico espacio de lo que llamó una 'Gran Política', esto es, una comprensión de lo político capaz de facilitar el desarrollo expansivo de la vitalidad en lugar de controlarla para garantizar así, supuestamente, la convivencia humana.

Porque si bien es por todos admitido que la vida evoluciona permanentemente, lo importante y decisivo es precisar la forma como comprendamos ese cambio: ¿se trata de uno que pretende remediar un déficit inicial, o uno que se manifiesta a partir de su mismo exceso?… La figura de Nietzsche es fundacional para una propuesta biocéntrica por haber justamente advertido que  la vida resulta cruelmente sometida cuando dejamos de percibirla como esa vorágine. dentro del cual amenaza constantemente resbalar, ofreciéndose como un campo infinito de fuerzas en lucha. Para Nietzsche la vida es sinónimo de conflicto, un conflicto que se da básicamente entre esas fuerzas anti-vida que hacen de la estabilidad y el estancamiento su valor supremo y, del otro lado, el de las fuerzas vitales mismas que asumen su compromiso con el cambio.

M. Foucault tomó decididamente la posta de Nietzsche y, en el último cuarto del siglo 20, revolucionó el campo de las ciencias sociales al proponer la tesis de que toda relación es inevitablemente una relación de poder o, lo que es lo mismo, una lucha de fuerzas. Al describir las sutiles formas mediante las cuales la vida hoy resulta mutilada descubrió esa específica tecnología gubernamental, conocida como 'biopolítica', que remite a la administración de las poblaciones negando su aspecto estrictamente viviente. Y lo que a Foucault le interesó con dicho concepto resaltar fue que la preocupación sanitaria de la población a partir del s.18 por parte de los gobiernos se convierte en la nueva forma que adquiere la gubernamentalidad estatal reduciendo la vida a un aspecto exclusivamente económico.

Lo propio de una cultura que tuviera por centro a la vida resultaría el derroche y, en definitiva, 
el esfuerzo por evitar el paradigma económico a partir de la no preocupación por el destino – o desatino – de nuestras acciones. En este orden de ideas y continuando a Foucault, ya en nuestro siglo el italiano R. Espósito propuso finalmente un concepto muy caro a la biología como es el de la 'inmunidad' para dar cuenta de la modalidad más propia que asumió la cultura moderna cuando, tomando a la vida como objeto, se cierra sobre sí misma haciendo del miedo, y el cálculo de costo-beneficio, el eje en función del cual giran todos sus valores.

Privilegiar a la vida desde un paradigma biocéntrico consiste por ello, en resumidas cuentas, evitar esa ceguera antropocéntrica que nos impide pensar en otra salud que la del paradigma inmunitario, es decir, de mera protección contra lo que amenaza, única y estrictamente, a la vida humana. Privilegiar a la vida por sobre lo económico tal vez nos exija entonces como especie hoy dar definitivamente ese paso al costado - que seguramente sea mas propiamente un salto mortal - respecto de nuestra humanidad, para comenzar a vernos a nosotros mismos desde fuera, en una vorágine que justamente nos excede al formar parte, como tal, de una metamorfosis infinita.



3 comentarios:

  1. Muy interesante tu punteo. Es un buen aporte para poner en contexto tanto a Rolando Toro como a su propuesta del Principio Biocéntrico que no se deja asir fácilmente sin caer en un fundamentalismo opaco. Es la gran paradoja entiendo, que ha recorrido el raro concepto de VIDA. Urgente y escurridizo. Gracias por tu trabajo. Felicitaciones.

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  2. Por cierto, soy Poly. La VIDA hizo que me rebautizara ... ;)

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