La provocadora afirmación de que la filosofía no sirve para nada quiere dar cuenta de cierta romántica prescindencia respecto del mundo material donde las cosas se miden unas a otras solamente en función de su mera utilidad. Esta supuesta independencia del pensar, sin embargo, por el sólo hecho de irrumpir en el mundo ofrece una perspectiva tal que, aún sin proponérselo de manera expresa, nos abre siempre una serie de causalidades que resultan inversas a las del sentido común. Un ejemplo de ello sería, como propone D. Singer en Nihilismo con piel de lobo (*), señalar en el neoliberalismo una forma de gobernabilidad que, antes de facilitar y legalizar la desigualdad económica, se asienta y se sostiene sobre un achatamiento de la voluntad e igualación de las personas imponiendo una economización de la vida misma.
Nihilismo con piel de lobo no es un estudio sobre Nietzsche, sino sobre nuestro tiempo. O mejor, y en todo caso, no es estrictamente un estudio más sobre Nietzsche sino una forma de presentarlo pasada sin embargo por alto y que lo enfoca como quien inicia el análisis crítico cultural. Porque todos los clichés a partir de los cuales se presenta generalmente a este pensador – enemigo del cristianismo, apólogo del nazismo, o promotor del relativismo - nos han ocultado el hecho de que él fue quien por vez primera se propone analizar lo que Occidente hizo de sí mismo y, a partir de eso, pensar en consecuencia.
Una interesante perspectiva que abre entonces el texto de Singer - y que, a pesar de haber asistido durante años a muchos de sus cursos no había debidamente advertido - es entonces este privilegio que Nietzsche otorga al análisis cultural por sobre sus novedosos conceptos sobre el hombre y la moral. Por supuesto, si uno lo piensa con un poco de atención esto es algo que cae por su propio peso, dado que es sólo un prejuicio de espíritus débiles suponer que se critica lo que no encaja con lo que arbitrariamente se ha supuesto verdadero. Y justamente el mérito de este Nihilismo consiste por eso en animarnos a jugar, al menos por el tiempo que lo soportemos, a ver nuestro presente con sus ojos.
Cubiertos con la piel de lobo, lo primero que descubrimos es que existe un Nietzsche con piel de cordero brindando un manto de legitimidad a la explotación del hombre sobre sí mismo. Y la vuelta de tuerca original del texto de Singer, respecto del clásico planteo que M. Foucault realizara al respecto, es el análisis de una subjetividad neoliberal que no tiene sólo a la razón calculadora y a la capitalización de las propias potencialidades como sus criterios específicos sino, de igual manera, al nuevo ideal de ser diferente.
De manera expresa, este ideal parece ser hoy a nivel motivacional más importante que el éxito. Pero el enfoque de Nihilismo con piel de lobo es que, si bien dicho ideal puede llegar a estar primero como criterio motivador, lo que permite medir la diferencia de cada uno en última instancia resulta por supuesto la validación o invalidación que reporte el mercado. Y aquí es donde se muestra entonces la importancia de una crítica nietzscheana de la cultura, dado que la distinción entre pieles de lobo o de cordero no tiene como objetivo rescatar académicamente un Nietzsche tergiversado por versiones neoliberales - como la que popularizara hace poco tiempo el hijo de Leon Rozitchner en nuestro país – sino profundizar, muy por el contrario, una caracterización política del presente.
Una crítica a la subjetividad neoliberal muy difundida, por no decir exclusiva, interpreta a su constitución como tal en función del odio. El texto de Singer nos permite al menos intuir, sin embargo, que en realidad dicho odio es más un efecto propio de la debilidad de carácter que una actitud deliberada contra los relegados por el sistema. Al revés de una caracterización política de corte indudablemente marxiana, en consecuencia, la de corte nietzscheana que somos capaces de hacer cubriéndonos por un rato con la piel del lobo nos libra así automáticamente del resentimiento nostálgico que anula cada vez más al pensamiento crítico.
No se trata por supuesto de negar así la existencia del odio, sino de ubicarlo en su justo lugar al identificarlo como una consecuencia obligada y casi secundaria de una forma de ser reactiva que no tiene, entonces, otra realidad que la que le confiere la esclavitud a la que nos somete a todos el mercado. Y una resistencia al odio habría de estar enmarcada, por lo tanto, dentro de este marco interpretativo que da esa Gran Política propuesta genialmente por Nietzsche si es que verdaderamente deseamos no quedar enmarañados en la mezquindad característica de quienes nada tienen para dar.
Una interesante perspectiva que abre entonces el texto de Singer - y que, a pesar de haber asistido durante años a muchos de sus cursos no había debidamente advertido - es entonces este privilegio que Nietzsche otorga al análisis cultural por sobre sus novedosos conceptos sobre el hombre y la moral. Por supuesto, si uno lo piensa con un poco de atención esto es algo que cae por su propio peso, dado que es sólo un prejuicio de espíritus débiles suponer que se critica lo que no encaja con lo que arbitrariamente se ha supuesto verdadero. Y justamente el mérito de este Nihilismo consiste por eso en animarnos a jugar, al menos por el tiempo que lo soportemos, a ver nuestro presente con sus ojos.
Cubiertos con la piel de lobo, lo primero que descubrimos es que existe un Nietzsche con piel de cordero brindando un manto de legitimidad a la explotación del hombre sobre sí mismo. Y la vuelta de tuerca original del texto de Singer, respecto del clásico planteo que M. Foucault realizara al respecto, es el análisis de una subjetividad neoliberal que no tiene sólo a la razón calculadora y a la capitalización de las propias potencialidades como sus criterios específicos sino, de igual manera, al nuevo ideal de ser diferente.
De manera expresa, este ideal parece ser hoy a nivel motivacional más importante que el éxito. Pero el enfoque de Nihilismo con piel de lobo es que, si bien dicho ideal puede llegar a estar primero como criterio motivador, lo que permite medir la diferencia de cada uno en última instancia resulta por supuesto la validación o invalidación que reporte el mercado. Y aquí es donde se muestra entonces la importancia de una crítica nietzscheana de la cultura, dado que la distinción entre pieles de lobo o de cordero no tiene como objetivo rescatar académicamente un Nietzsche tergiversado por versiones neoliberales - como la que popularizara hace poco tiempo el hijo de Leon Rozitchner en nuestro país – sino profundizar, muy por el contrario, una caracterización política del presente.
Una crítica a la subjetividad neoliberal muy difundida, por no decir exclusiva, interpreta a su constitución como tal en función del odio. El texto de Singer nos permite al menos intuir, sin embargo, que en realidad dicho odio es más un efecto propio de la debilidad de carácter que una actitud deliberada contra los relegados por el sistema. Al revés de una caracterización política de corte indudablemente marxiana, en consecuencia, la de corte nietzscheana que somos capaces de hacer cubriéndonos por un rato con la piel del lobo nos libra así automáticamente del resentimiento nostálgico que anula cada vez más al pensamiento crítico.
No se trata por supuesto de negar así la existencia del odio, sino de ubicarlo en su justo lugar al identificarlo como una consecuencia obligada y casi secundaria de una forma de ser reactiva que no tiene, entonces, otra realidad que la que le confiere la esclavitud a la que nos somete a todos el mercado. Y una resistencia al odio habría de estar enmarcada, por lo tanto, dentro de este marco interpretativo que da esa Gran Política propuesta genialmente por Nietzsche si es que verdaderamente deseamos no quedar enmarañados en la mezquindad característica de quienes nada tienen para dar.
Como no podía ser de otra manera, una crítica nietzscheana a la cultura como la que Singer propone choca de lleno, entonces, con la forma como desde el ámbito político autodenominado progresista se enfrentó el estado de cosas neoliberal. Si se quisiera recuperar, entonces, la pregunta por la utilidad del filosofar expuesta al comienzo de esta reseña, la puesta en cuestión del progresismo en las páginas finales es donde mejor se podría apreciarse, justamente, la calidad de un enfoque que, por propia falta de prejuicios y objetivos, más allá del pesimismo y del optimismo despeja los obstáculos ante los cuales el movimiento de las cosas habitualmente se detiene y gira, torpemente, una y otra vez sobre sí mismo.
(*) Diego Singer, Nihilismo con piel de lobo, Editorial Las Cuarenta, Buenos Aires, 2024