jueves, 5 de mayo de 2022

CRITICA DE LA ECONOMÍA LIBIDINAL



1- Completar al pensamiento de Marx con el de Freud resultó, en la primera mitad del siglo pasado, la audaz apuesta de pensar una
 revolución social de la mano con una expansión de tipo más personal que se inició varios años antes, incluso, del Mayo del ’68. Esta escuela de pensamiento conocida como 'freudomarxismo' básicamente se propuso una lectura materialista de Freud que, buscando responder un conocido interrogante dejado por Spinoza, ayudara a sanar esa extraña complicidad involuntaria para con la explotación que se da entre los propios explotados mediante una liberación del inconsciente. 

Pero si por lo general concebimos que un pensamiento resulta 'materialista' cuando adjudica a lo económico el carácter de un factor determinante, lo que caracterizó al materialismo posterior al Mayo del '68 resultó algo mucho más sutil. Y para 
G. Deleuze y F. Guattari, los autores de una famosa obra de 1972 titulada El Antiedipo que en cierta forma reacciona contra el freudomarixismo aunque no a su apuesta, el carácter materialista de un pensamiento consistió ya en tomar en cambio como punto de partida que el deseo es una cuestión siempre subjetiva porque lo que resulte deseado nunca posee, por sí mismo, nada que lo convierta propiamente en tal.

Del mismo modo que Ricardo fundó la economía política, puede decirse que Freud funda más tarde la economía libidinal cuando señala a la libido como principio de toda representación de los objetos o fines de deseo. Por eso, si la economía política había señalado que el valor de un objeto no está en él mismo sino en algo agregado, para Freud lo deseado tampoco está en el objeto, sino del lado de la subjetividad deseante, o más precisamente en la energía libidinal: el objeto de deseo, para él, es entonces un objeto espectral, hecho únicamente de deseo. Y sí para la economía política clásica la producción social literalmente produce su propio objeto, la economía libidinal freudiana paralelamente descubre que la producción deseante tampoco quiere expresar propiamente nada sino, apenas, circular indefinidamente: la representación en ella está subordinada a la producción y no al revés, pues literalmente produce su propio objeto.


2- Aristóteles no había señalado al trabajo considerado en abstracto como verdadero pivote del valor que fija el criterio de intercambio entre dos productos en el mercado debido a que, antes del capitalismo, el trabajo era determinado y por ello ligado al objeto. Algo semejante ocurrió con el deseo dado que, en cuanto flujo, resultó también invisible al estar codificado. Así, desde Platón la filosofía se formó del deseo una concepción idealista que lo definió a partir de la carencia, ligándolo siempre al objeto aun cuando no fuese sino en o por su falta. Kant inicia luego el camino crítico capaz de mostrar el carácter productivo del deseo sin hallar sin embargo su conclusión discursiva definitiva. Pero la concepción materialista del deseo, como la que realmente inicia luego Freud, queda también a mitad de camino para Deleuze y Guattari cuando el inconsciente, inicialmente concebido como fábrica, fue sustituido por el teatro antiguo, reemplazando básicamente con Edipo el orden de la producción entonces nuevamente por el de la representación.

Marx demostró que la producción no se organiza para cubrir una escasez previa sino que, al revés, es la escasez la que se aloja siempre en una determinada organización de la producción social cuando su única función resulta producir ‘valores’, y nunca objetos, dado que la propiedad privada impide sustancialmente apreciar la vincularidad de su actividad a quienes participan en el proceso productivo. Partiendo o continuando dicha idea, lo que Deleuze y Guattari se proponen es, entonces, el desarrollo de una psiquiatría de corte materialista para la cual el deseo se manifieste siempre  como abundancia, incluso aun cuando el imperio de la propiedad privada no haya sido aún sustituido en los hechos. Para El Antiedipo, el problema político fundante ya no va a estar dictado tanto, en consecuencia, por la necesidad mostrar la influencia de una estructura económica en la superestructura intelectual sino, al revés, mostrando a lo superestructural como propiamente productivo.

Para Deleuze y Guattari resulta urgente realizar una crítica de la economía libidinal para señalar el carácter histórico de Edipo pero además, y fundamentalmente, porque el problema político del que pretenden dar cuenta a partir de ella no se agota o no alcanza a planteárselo hasta tanto no se comprenda a la producción social como la misma cosa que la producción deseante. Una psiquiatría materialista no sería antiedípica sólo por confrontar, por lo tanto, con una configuración negativa del deseo: si sólo así fuese, permanecería dentro de la órbita propiamente edípica que pretendería reemplazar. Su verdadero asunto, por el contrario, resulta indagar desde una perspectiva anedípica de la producción del deseo las condiciones de posibilidad de una nueva configuración de lo público que estaría más allá de la oposición clásica entre lo uno y lo múltiple a partir de la novedosa categoría de 'multiplicidad'.

En una primera instancia, reintroducir la producción deseante en la producción social pareciera llevarnos a una conclusión completamente reaccionaria: no sólo el deseo desea inconscientemente esa organización social que lo reprime, sino que el deseo desearía así incluso su propia represión, sellando así su condena. Pero eso es sólo el principio, es decir, el punto de partida que resulta preciso asumir, para luego descubrir y poner de manifiesto que la libido no es nunca una potencia privada, sino que es justamente dicha confusión la que reduce el deseo a un sucio secretito familiar e, impidiendo apreciar a la libido directamente como catexis de masas, mantiene finalmente al deseo, de esta manera, preso de su misma represión.

Una vez que la producción deseante se concibe como idéntica a la producción social, el problema fundamental de lo político descripto por Spinoza no se reemplaza por otro diferente, pero sin duda entonces se resignifica: ya no basta con señalar cómo o por qué una determinada forma de explotación resulta sostenida involuntariamente por los propios explotados, sino que el desafío resulta ahora ofrecer, a partir de una comprensión del campo social inmediatamente recorrido por el deseo, el andamiaje psíquico que una ontología de la diferencia exige para no sucumbir en la más absoluta disgregación. 

¿Resulta preciso sostener aún la necesidad de un punto de amarre, cuando uno se promete arder? Desde esta perspectiva, la cuestión no pasa tanto por limpiar el terreno para que la revolución encuentre listo su lugar sino, sobre todo, del modus operandi de la revolución en sí misma.

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