1- Levanto la mirada de la Net donde leo a Morris Berman y contemplo a través de la ventana el habitual desfile de niños que salen de la escuela a mitad de cuadra. La tarde gris, junto con una repentina vivencia de ya no poder volver a casa se confabulan y, de las brumas de la memoria, surge mi primer momento consciente: tendría yo tres años cuando, mirando hacia fuera desde la pieza que compartíamos con mi hermana, vi pasar algunas personas y me pregunté, literalmente, "¿por qué yo soy yo, y no otro?"… Reviví entonces el cimbronazo que me provocó constatar por primera vez que existían seres que yo no era, acompañada al mismo tiempo por la certeza de que esa sería una impresión irremediablemente incompartible. A partir de ese momento estaría aislado, cortado por los cuatro costados.
Qué sea lo que cada uno de nosotros somos resulta una pregunta imposible de responder sino en relación. No sólo porque esencialmente nada somos, y así tengamos trabajosamente que hacernos, sino porque recién con otros podemos inventarnos, dejar de ser gozosamente algo fijo y ser en un sentido relativo: es decir, apenas para tal o cual. Presos de la impresión de ser mirados socialmente siempre como una cosa por los demás, sin embargo, en nuestra cultura no nos resignamos a concebirnos simplemente como tal o cual si los demás no garantizan hacerlo al mismo tiempo consigo mismos. Una contención afectiva semejante, por tanto, donde el amor tendría esta paradójica función de servir como ley, será entonces la característica principal de esa suerte de asociación ilícita entre comillas que tan apropiadamente llamamos entonces, con Rolando Toro, ‘matriz de renacimiento’.
Carlos García, director de la Escuela de Biodanza de CABA, señala al menos cuatro nombres a tener en cuenta cuando hablamos de la importancia de la afectividad en el crecimiento y desarrollo del ser humano:
- John Bowlby, estudiando a los huérfanos que provocó la guerra mundial desarrolló la ‘teoría del apego’ y ‘base segura’ como condición indispensable para una maduración integral.
- Jean Liedloff, a partir de su convivencia con tribus venezolanas propone el concepto de ‘continuum’ para nombrar esa necesidad de contención física, concreta y constante, que debiera poder recibir un niño para sostener su bienestar y capacidad de resiliencia.
- Michael Balint, discutiendo la teoría edípica entiende que el conflicto del ser humano se centra en la ‘falta básica’, concepto que nombra el vacío que provoca el descuido padecido en algún período infantil.
- Morris Berman, finalmente, articula los conceptos de ‘base segura’, ‘continuum’ y ‘falta básica’ con la pérdida del contacto kinestésico de si que nos obliga a actuar entonces sólo para tapar el vacío interior.
Si bien puede sorprender que un trabajo sobre la corporalidad como el que propone Biodanza precise hacer mención a un vacío interior, la realidad es que no se puede abordar los beneficios del enfoque en el cuerpo o la afectividad sino reconociendo dicho vacío para reaprender o conquistar finalmente la posibilidad de integrarnos. Porque: ¿qué viene a ser verdaderamente en la práctica amar, sino mitigar la amenaza que dicho vacío representa y poder así dejar de buscar, con la ilusión de al fin llenarlo, esos falsos y por lo tanto inútiles elementos que Berman llama de 'satisfacción secundaria'?
Para entender la naturaleza del vacío interior hay que comprender el surgimiento del ego, dice M. Berman, no tanto como un mero endurecimiento arbitrario sino, mas bien, como una traumática ruptura en la continuidad con el entorno exterior: “hay un rasgón de la tela… y Uno Mismo Vs. Otro será la oposición de la que tendremos que valernos el resto de nuestra existencia”. Y la responsabilidad de ese rasgón o vacío la tiene el entorno que cumple el rol de función materna cuando el ego en formación recibió rupturas en su continuidad. Berman habla así de una reflectuación defectuosa, refiriéndose con ello a la imagen distorsionada de sí que el infante recibe cuando se refleja de manera deformada en la madre, a partir de lo cual el yo se estructurará en función de una falta básica.
2- El alumbramiento de o a la conciencia produce una discontinuidad, y el cuidado que ponga el entorno afectivo en este proceso hará que el encuentro con el otro sea entonces mucho menos traumático. Como el propio sí mismo está ligado a la percepción mental del cuerpo, Berman dirá que la falta básica es en consecuencia un proceso somático, es decir, no meramente intelectual, y señala para la corporalidad entonces dos instancias absolutamente diferentes: a) desde el punto de vista kinestésico – vivencial – expresa al sentimiento de sí pero, b) desde el punto de vista de la mirada – la imagen especular-, va a representar la fachada o imagen de sí recibida a partir de los otros.
Al perder el punto de apoyo vivencial, la imagen del propio cuerpo se convierte para uno sólo en aquello que otros ven: el sí mismo kinestésico resulta olvidado entonces por el privilegio concedido al visual, y el shock – dirá entonces Berman - no consistirá sólo en que haya otros, sino en ser dolorosamente otro para otros. El sí vivido – kinestésico - queda ocultado por el sí social, alienación que tiene como inmediato resultado la inseguridad psicológica. Y Lacan dirá por eso que la estructura del sí mismo es paranoide: el yo en formación experimenta que puede ser invadido siempre por el otro, y lo que llamamos 'ego' no es sino eso que entonces surge para defenderse de esta probable invasión.
La paradoja de la conciencia de sí consiste en que la energía que debe ser movilizada para alejar al ‘intruso’ – nombre que acá recibe el prójimo, en última instancia - es un gasto no sólo inútil sino tremendamente contraproducente: este sistema por el cual uno se enfrasca en sí mismo fracasa siempre porque el compromiso con el otro, negado en forma sistemática por conflictivo, resulta sin embargo lo que todos en realidad deseamos somáticamente. Y por eso Berman insiste en señalar que una individuación sin violencia resulta, no sólo posible, sino indispensable: la distinción sí mismo/otro – dice – puede existir sin que se torne en la oposición sí mismo/otro. O, dicho en otra forma, un universo diferenciado puede ser amistoso.
Desarrollar la afectividad resulta, en la práctica, invertir entonces no sólo la habitual manipulación propia a los demás, sino por sobre todas las cosas vencer la sensación de ser nosotros un objeto de los demás. ¿Y cómo invertir esa sensación, obviamente, sino viendo a los demás como nuestros hermanos, religándonos así nosotros mismos a la especie entendida ahora no ya como género próximo y diferencia específica, sino como matriz, es decir, como ese lugar de continuum existencial que viene a reparar las consecuencias de la falta de amor primario al reparar nuestra falta básica?
Si el grupo de Biodanza integra a sus participantes de una manera, dice Rolando Toro, que lo diferencia radicalmente de la dinámica de grupo tradicional, lo que hace esta diferencia no es otra cosa que su posibilidad de constituirse como una ‘matriz de renacimiento’ a partir justamente del deseo de cada uno por renacer. La comunión que lo caracteriza no es entonces producto de una fe ni de un deseo de hallar en él lo que no hallamos luego en la vida de todos los días, sino resultado del coraje para volver a empezar a constituirnos idénticos a partir de los demás.
3- En Cuerpo y Espíritu, Berman dice que el recuerdo del primer momento consciente es algo muy común entre las personas. Pero si yo, cuando niño, me hubiese animado a compartir mi temor y asombro por no ser otro: ¿qué hubiesen podido contestarme mis padres?... Ser uno mismo carece de respuesta. O mejor: nuestra entera vida debería poder ser interpretada y revalorada como el propio intento – explícito o no - de responder qué misterio representa ser, en este sentido, nosotros mismos… Porque ¿cómo acomodarnos, sin excesivo conflicto, a esa separación que inevitablemente supone ser?
La respuesta a dicha separación, brindada tanto por la filosofía clásica como la religión institucional, consiste en entender a la propia identidad en sí misma como un error, casi propiamente un pecado. El uso más difundido que se ha hecho del concepto de ‘trascendencia’ lamentablemente estuvo ligado así a una concepción empírica de la culpa abonada por este sinsabor heredado del primer momento consciente. Todo lo que tuviera que ver con lo sensual debía ser necesariamente reprimido cuando hasta el mero hecho de vivir se consideraba entonces sensual: más allá de lo que alguien hiciera, el hecho simple de ser lo tornaba a uno inmediatamente culpable.
Felizmente, hoy tenemos una respuesta a la separación inherente al hecho de ser uno mismo diametralmente diferente y revolucionaria: danzarla. Obviamente, danzar nuestra separación supone, nada mas y nada menos, enfrentar nuestro miedo a la soledad esencial. Pero es recién pudiendo convivir con este miedo como advertimos que precisamos de los demás para ser y entonces - sólo entonces - todo comienza a recomponerse.
En mi caso particular, poder decir que hoy danzo mi vida es así poder decir, al mismo tiempo, que hoy honro la vida. Pero no sólo que la reverencio sino, sobre todo, que vivencio como un don, o sea: como algo que no me pertenece propiamente hablando, sino que recibo sin merecimiento ninguno. Y poder decir que danzo mi vida, en conclusión, es poder decir entonces que ya no vivo, simplemente, sino que me maravilla la vida y, por sobre todo, que finalmente agradezco así ser yo.
(*) Publicado en Revista de Biodanza N' 8, primavera 2017
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