lunes, 6 de noviembre de 2017

MATRIZ DE RENACIMIENTO


1- Aprendemos a danzar la vida tomando nota de unos supuestos en los que muchas veces caemos cuando constituimos grupalidades que asumen una propuesta de revolucionaria pero que, al encerrarse en sí mismos, terminan anulando dicha apuesta. 
El mayor obstáculo para una agrupación de tipo vivencial resulta confundir la contención afectiva con dependencia. E idéntico peligro presenta la falsa contención que resulta de repetidamente compartir una esperanza ciega, o de postular constantemente un peligro interno o externo. Por eso, el psicólogo social Wilfred Bion  resumió tres formas básicas que asumen los supuestos que terminan homogenizando toda interdicción a la normatividad: 

i) estimular y aprovechar deliberadamente la dependencia, convirtiendo a los demás en objeto de nuestra propia debilidad, 
ii) introyectar en el grupo una esperanza de tipo mesiánico, a la larga inhibitoria de la acción, o 
iii) basar la cohesión grupal negativamente, es decir, por oposición a un otro considerado como no-amigo.

Si invertimos estos supuestos que, en definitiva, no son otra cosa que los vicios característicos de la forma como nos asociamos habitualmente cuando no ponemos la vida al centro, obtenemos resumidas las características de una buena facilitación. E incluso, por contraste, a partir de ellos destila la descripción más acabada de una dinámica grupal fundada en el respeto, el compromiso, la afectividad y, por sobre todas las cosas, en la búsqueda del propio deseo por parte de cada uno de sus miembros.  

Cabría señalar entonces dos formas de agruparnos en función de una determinada tarea. La que proviene de los supuestos básicos descriptos por Bion claramente apunta, por un lado, a fundir la identidad individual en lo grupal, a la vez que le otorga al mismo grupo, incluso, una entidad que supuestamente preexistiría y sobreviviría a lo individual. La que resulta de la afectividad biocéntrica, en cambio, mantiene siempre al individuo en permanente oscilación entre el adentro y el afuera, y la específica grupalidad generada replica así en consecuencia dicha ambigüedad haciendo que ella subsista sólo en tanto y en cuanto los individuos la generen para que luego desaparezca, sin aviso, como un puño cuando se abre la mano.

Resultaría cuando menos cuestionable considerar a un grupo vivencial como uno al que podríamos pertenecer propiamente, por ejemplo, ya que los así llamados 'grupos de pertenencia' no pueden ser sino resultado de agrupaciones conformadas por esos supuestos básicos detallados por Bion que, muy lejos de estimular la sintonía con el propio deseo a partir del reconocimiento irrestricto de la diferencia, son los grupos que perpetúan la inercia característica del deseo fundado en la carencia y, en definitiva, del consumo. Un grupo vivencial, en lugar de estimular buscaría al contrario inhibir  toda supuesta pertenencia al mismo: técnicamente, habría que decir por eso que los que participan de un grupo de este tipo no poseen nada en común, pues eso que sólo circunstancialmente los relaciona es justo lo que los distingue y disocia.

Pertenecer a un grupo al que, paradójicamente, no se 'pertenece' en sentido estricto, no sería por supuesto un problema que los miembros de un grupo vivencial necesiten plantearse explícitamente. Mas bien, resulta tal vez la pregunta sin respuesta que define entonces la tarea más profunda de un facilitador biocéntrico: convocar a las personas a tener noticias de sí mismas a partir del otro, sabiendo que los encuentros van a traer consigo también todo lo que el intento de definirse aisladamente pretendía precisamente evitar. Los celos, miedos, amotinamientos, envidias y resentimientos nunca desaparecerán, por supuesto, pero se mezclarán sin embargo entonces con impulsos que reconocemos puros, es decir, libres de todas y cada una de esas ocurrencias perniciosas que saldrán ahora amorosamente a la luz.



2- Es muy probable que uno de los argumentos relevantes en nuestro compromiso a continuar cualquier emprendimiento sea la contención que un grupo nos brinde. Prestar atención al tipo de contención característico de una agrupación vivencial se torna entonces crucial, sobre todo cuando, como advertía no sin razón ya S. Freud, tal grupo puede ser fuente de potenciación o, también, de naturalización de patologías personales.

Si algo define a un grupo como ‘matriz de renacimiento’, tal como nosotros buscamos, es entonces esa vincularidad propia de lo vivencial por la cual nos relacionamos con los demás sin identificarnos con nada, ni mucho menos con nadie. Quien muy apropiadamente advirtió y describió esta determinada forma de vincularnos fue por ejemplo Elias Canetti, con su conocida distinción entre 'masa' y 'manada'. En tanto la masa estaría representada, según él la describió en Masa y Poder, por el seguimiento a ese líder totalitario que mantiene la unidad del grupo apelando al mesianismo o a la rivalidad, la manada expresa esa agrupación salvaje, en cambio, aunque no por episódica menos intensa, en la cual los miembros deciden estar, desapegada y voluntariamente, hasta que llegue el momento de migrar :

“En las constelaciones cambiantes de la manada, el individuo se mantendrá siempre en su borde. Estará adentro e inmediatamente después en el margen, en el margen e inmediatamente después adentro. Cuando la manada hace círculo alrededor del fuego -es muy conmovedor-, cada uno podrá tener vecinos a derecha e izquierda, pero la espalda esta libre. La espalda es expuesta descubierta a la naturaleza salvaje.”

Es de fundamental importancia que el miembro de un grupo vivencial se comprenda a sí mismo como un ser altruista sólo partiendo de esa particular forma de egoísmo, entonces, que consiste en reconocer  en uno, como lo más propio, el deseo de donarse: es decir, lo que nos expropia. Y para ello, dice G. Deleuze siguiendo a Canetti, es preciso reconocer como nuestro peor enemigo, en consecuencia, ese miedo a quedar en los márgenes que se manifiesta como deseo de habitar uno mismo en el centro, sin que interese mucho que sea como jefe o como seguidor:

“La posición paranoica de masa es: yo estaría en la masa, no me separaría de la masa, estaría en el corazón de la masa; con dos títulos posibles: sea como jefe, entonces teniendo una cierta relación de identificación con la masa, pues la masa puede ser la tumba, puede ser masa vacía, poco importa -sea a título de seguidor donde, de todas maneras, hay que estar preso en la masa, estar muy cerca de la masa, con una condición: evitar estar en los lindes[...]Se puede decir que no hay fenómeno de margen, por la simple razón de que el problema de la masa es: determinar la segregación y la exclusión; simplemente, hay caídas, ascensos”.

Para poder dejar de lado el individualismo tan caro a nuestra cultura no basta con proclamar, en consecuencia, que los hombres somos seres en relación. Es imprescindible detectar los elementos estructurales que hacen que nos relacionemos sin salir en definitiva de nosotros mismos, siendo uno de los más importantes, si no el principal, esa falsa idea de lo grupal como simplemente un individuo más grande.

Si el grupo vivencial es lo opuesto a un individuo grande es justo porque, al constituirse desde los márgenes, no puede ser concebido como una unidad cerrada, compacta e indiferenciada. Por eso el arte de facilitar consistirá básicamente, entonces, en ayudar a legitimar la marginalidad como lugar vivencial por excelencia. Un lugar que todo facilitador debiera poder reconocer como de su propia residencia, naturalmente, si fuese acaso posible habitar donde soplan los vientos desolados de F. Perls:

“Yo soy Yo, Tú eres Tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas. Tú no estás en este mundo para cumplir las mías. Tú eres Tú, Yo soy Yo. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, será maravilloso. Si no, no puede remediarse. Falto de amor a Mí mismo cuando, en el intento de complacerte, me traiciono. Falto de amor a Ti cuando intento que seas como yo quiero, en vez de aceptarte como realmente eres. Tú eres Tú y Yo soy Yo”.

A pesar de que el creador de la biodanza, Rolando Toro, fue un declarado crítico de esta postura del creador de la terapia gestalt, parece preciso reconsiderar entonces amorosamente esta cuestión, para poder poner así el acento en la unidad tan paradójica que surge de poder ver y asumir la distancia inconmensurable entre el Yo y el Tu como la más conveniente a una propuesta que se reclame biocéntrica. 
 




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