Lo que acontece a partir de un determinado intento expresivo no tiene necesariamente relación con el propio autoconocimiento sino, al revés, con el progresivo desconocimiento de sí.
Lo poético se parece sin embargo aún entonces, todavía, a la verdad. Pero no a esa que dicen se encuentra. A la que se produce, tampoco. Si se parece a la verdad es porque, al contrario, se pierde y desaparece como el autógrafo de un don nadie sin obra y sin nombre.
Quien escribe es siempre alguien que nos acompaña, y la verdad que por la escritura despunta no es esa que estuviese esperando un alumbramiento sino apenas una que simplemente sorprende: extraña y ajena, la verdad poética no encanta sin a la vez extrañarnos y enajenarnos. De manera tal que, aún cuando la vida se nos muestra muchas veces como ese intento sistemático de vivir sin poesía, el de la poesía resulta vivirnos la vida.
Llamarme primero a silencio,
esperar que las palabras se laman entre sí
para aceptar llamar a eso
mi nombre.
Quedar detrás mío,
espiar el ritmo de mis zarpazos y
darme por tierra firme
antes que sea Yo.
Sostenerme del peso de una pluma, girar
sobre un pivote ajeno, levantarme
en puntas de pie
y quitar
la pluma.
La fe
se escapa
por las plantas de los pies
donde insisto en sostenerme,
hago cosquillas y vuelven
en sí.
El niño
es una canastita de mimbre
donde río
del tiempo.
Hace unos días perdí
mi lugar: para hallarme,
ofrece la recompensa de siempre.
La abundancia
me prueba a cuentagotas.
Acaso tema
verme derramado o quizás
se nutra de esas lágrimas
nunca derramadas en el mismo
cauce seco que llamo
camino.
El borrador de una obra
que sólo la muerte termina se llama
Yo.
Hacho ciego libertades huecas.
Una trepa
mi espalda y el machete,
loco me parte en dos. Pero la libertad
unta el hueco y ríe.
Pasadizo o tumba,
de este túnel ya conozco todas las oscuras
formas de perseguirme: incluso la luz,
sobre todo la luz.
Llevo en el puño una puerta
que da al frío. Lo cierro
y me pongo a temblar
lo abro
y me sacan de las manos.
La soga que tira de mí
no deja marcas en el cuello:
no por invisible
sino porque ella soy
huyendo.
Los instantes salen
como el sol:
hay que esperarlos en paz,
mirarlos
de reojo y hacer
como si no supiéramos
que quienes nos movemos
somos los otros.
Nerviosa como el tiempo,
la distancia
me sacude y sueña mi perdón.
Detenida como el espacio
la distancia
me recorre y pide
abrazarnos.
Entré solo al círculo de fuego.
Como con pasos de paloma
rompí el vacío
pero mis alas fueron garras
en golpes de tambores y al espacio
salí con el corazón
de los invictos.
Cuando la victoria cierra los ojos
hay un faro menos en el mundo
para organizar los verbos
que cripta el futuro:
muescas brillantes celan cada fecha festiva
y los cruceros del amor
parten amotinados.
La verdad no está fuera
ni tampoco dentro. Aparece
cuando estar adentro
es al mismo tiempo fuera.
Ser un afuera sin adentro
son las reglas:
decirse adiós,
extrañarse,
decirse adiós
Es falso que haya instantes eternos:
son mandalas en el aire.
Las entrañas silenciosas de las cosas
hacen eco con la mudez
de nuestra propia corteza.
Lo que llaman La Creación
es la realidad misma
que no cansa.
Hoy regalé mis personajes.
Mañana me lo cobrarán caro.
Cuando digo Yo
encarno la utopía trasnochada
de un nido abandonado.
Nadie saltó nunca de adentro
hacia afuera.
Hay que hacerlo desde afuera
hacia adentro:
las rejas
están dentro nuestro.
Cuando descubro ser
mi vecino más molesto, con un perdón
me desalojo. Cualquier lugar es bueno
para estar cuando no preciso ser.
No hay un camino para salir del abismo:
la observación del abismo es el camino.
¿Sería una revolución semejante
a la de la vida cuando salió del agua
alguna vez
salir de uno mismo?
Un ritmo cojo transpira la cueva del cielo.
La luna mastica su agujero
sobre el fuego y uno, voraz,
recoge la fantasía en su pelvis
de otra chispa que escapó.
La sonrisa interior no está
debajo o detrás de toda la cáscara
sino en la gracia de sabernos
cascarudos.
¿Quién llega cuando llega?
¿Soy yo quien abre la puerta y se saca
los zapatos
mientras comienza a boquear?
¿O alguien
llega siempre por mí y yo soy
quien los lustra?
El tránsito es la señal
que separa un arbitrario afuera
del adentro mágico cuando descubro
mi vocación de portero.
Circular, entonces, se reduce a permanecer
bajo las puertas.
La luz es un regalo
de la noche.
El lado lleno del vaso desborda
y, sin vaso, escapo lado a lado
con el vacío.
Vivir en blanco y negro,
contrastar perfiles,
sustraer contenidos,
habitar las sombras.
El día que pueda hablar
encontrará su noche.
Atiborrado de preguntas –
"¿quién cambió el malestar en la boca
por la espera, la encandilada espera
de saberse siendo?" –
hasta morder el anzuelo y ya:
la palabra duerme a la vera
de un crimen perfecto.
Los patos
se desplazan quietos por el lago.
Mis palabras bordean el abismo
y quedan mudas.
El tiempo
las impulsa como a mis patos
el lago.
Imagino un mundo a punto de llorar.
Inclino la balanza para que las lágrimas
mojen su desierto y convenzo al mundo
para que me mire.
"Ahí estás", escribe en la arena,
y el desierto me levanta
cuando me inclino a salvarlo.
Siempre aparezco en mis sueños.
Sólo el sueño de otro me haría despertar.
En la puerta de la biblioteca escolar me divierto mirando un panel del sexto grado con varios cartelitos pinchados sobre el corcho. Uno de ellos dice que han leído sobre los mitos y nos quieren presentar algunos personajes. El de las sirenas, por ejemplo, explica que ellas descienden de un animal mitológico y se comen a los hombres. El de Afrodita, que nació de la espuma del mar y que, salirse siempre con la suya, es parte de su belleza...
Me quedo pensando en el imperio de esa diosa y la imagino, entonces, hijo como soy yo de la abundancia y la pobreza, una mujer cualquiera de esas que sale de su casa, toma un colectivo, y de improviso se enamora de un hombre que ve en un afiche publicitario de calzoncillos a través de una ventana abierta a su deseo. Le supongo a ella incluso una cara que, indiferente al prejuicio o desprejuicio, no gira con voluntad propia para prologar la desaparición de ese cuerpo tallado sino, absorta, por la fortaleza real de su duelo imantado.
La primera impresión la levanta entonces del suelo. Ese torso masculino le desnuda a ella su misterio, y a partir del primer encuentro no hace del tiempo sino una excusa para retornar a su misterio mismo, a qué propone si propone, a si será capaz de nunca o siempre abandonarla, a si lo siente rendido a sus pies y erguido como su amo.
Cada vez que ella gira la cabeza - lo supongo - él hombre del afiche siempre en calzones siente que esa mirada lo desprende poco a poco del plano en dos dimensiones que hasta entonces ha tomado por mundo. Comienza a intuir, de pronto, que la profundidad supone una dimensión espacial que resulta técnicamente viable y, sin por ello proponérselo, llega así el día en que deja de estar dibujado y sale, desnudo, a vivir la fábula de sí mismo.
Ávido de compañera, finalmente, descubrir el deseo de una mujer traduce lo que él en ese momento puede llamar ‘amor’. Y así va, con su pregunta a flor de piel coleccionando respuestas: “¿qué siente, qué clase de tumulto experimenta, en qué vivencia es llevada en andas, si un hombre se mueve ante ella, en cueros, cual dios griego en calzoncillos?”
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