viernes, 14 de mayo de 2021

AUTOGRAFÍAS (poemario)

Lo que acontece a partir de un determinado intento expresivo no tiene necesariamente relación con el propio autoconocimiento sino, al revés, con el progresivo desconocimiento de sí. 

Lo poético se parece sin embargo aún entonces, todavía, a la verdad. Pero no a esa que dicen se encuentra. A la que se produce, tampoco. Si se parece a la verdad es porque, al contrario, se pierde y desaparece como el autógrafo de un don nadie sin obra y sin nombre.

Quien escribe es siempre alguien que nos acompaña, y la verdad que por la escritura despunta no es esa que estuviese esperando un alumbramiento sino apenas una que simplemente sorprende: extraña y ajena, la verdad poética no encanta sin a la vez extrañarnos y enajenarnos. De manera tal que, aún cuando la vida se nos muestra muchas veces como ese intento sistemático de vivir sin poesía, el de la poesía resulta vivirnos la vida.






Llamarme primero a silencio,

esperar que las palabras se laman entre sí

para aceptar llamar a eso

mi nombre.

Quedar detrás mío,

espiar el ritmo de mis zarpazos y

darme por tierra firme

antes que sea Yo.

Sostenerme del peso de una pluma, girar

sobre un pivote ajeno, levantarme

en puntas de pie

y quitar

la pluma.



La fe

se escapa

por las plantas de los pies

donde insisto en sostenerme, 

hago cosquillas y vuelven 

en sí.



El niño

es una canastita de mimbre

donde río

del tiempo.



Hace unos días perdí

mi lugar: para hallarme,

ofrece la recompensa de siempre.



La abundancia 

me prueba a cuentagotas. 

Acaso tema

verme derramado o quizás

se nutra de esas lágrimas

nunca derramadas en el mismo

cauce seco que llamo

camino.



El borrador de una obra

que sólo la muerte termina se llama 

Yo.



Hacho ciego libertades huecas.

Una trepa 

mi espalda y el machete,

loco me parte en dos. Pero la libertad

unta el hueco y ríe.


Pasadizo o tumba,

de este túnel ya conozco todas las oscuras

formas de perseguirme: incluso la luz,

sobre todo la luz.



Llevo en el puño una puerta

que da al frío. Lo cierro

y me pongo a temblar

 lo abro

y me sacan de las manos.

La soga que tira de mí

no deja marcas en el cuello: 

no por invisible

sino porque ella soy

 huyendo.



Los instantes salen

como el sol:

hay que esperarlos en paz,

mirarlos

de reojo y hacer

como si no supiéramos

que quienes nos movemos

somos los otros.



Nerviosa como el tiempo,

la distancia

me sacude y sueña mi perdón.

Detenida como el espacio

la distancia

me recorre y pide

abrazarnos.



Entré solo al círculo de fuego.

Como con pasos de paloma

rompí el vacío

pero mis alas fueron garras

en golpes de tambores y al espacio

salí con el corazón

de los invictos.



Cuando la victoria cierra los ojos

hay un faro menos en el mundo

para organizar los verbos

que cripta el futuro: 

muescas brillantes celan cada fecha festiva 

y los cruceros del amor 

parten amotinados.



La verdad no está fuera

ni tampoco dentro. Aparece

cuando estar adentro

es al mismo tiempo fuera.

Ser un afuera sin adentro

son las reglas:

decirse adiós,

extrañarse,

decirse adiós



Es falso que haya instantes eternos:

son mandalas en el aire.

Las entrañas silenciosas de las cosas

hacen eco con la mudez

de nuestra propia corteza.

Lo que llaman La Creación 

es la realidad misma 

que no cansa.



Hoy regalé mis personajes.

Mañana me lo cobrarán caro.

Cuando digo Yo 

encarno la utopía trasnochada 

de un nido abandonado.



Nadie saltó nunca de adentro

hacia afuera.

Hay que hacerlo desde afuera

hacia adentro:

las rejas 

están dentro nuestro.



Cuando descubro ser

mi vecino más molesto, con un perdón

me desalojo. Cualquier lugar es bueno

para estar cuando no preciso ser.

No hay un camino para salir del abismo:

la observación del abismo es el camino.



¿Sería una revolución semejante

a la de la vida cuando salió del agua

alguna vez 

salir de uno mismo?



Un ritmo cojo transpira la cueva del cielo.

La luna mastica su agujero

sobre el fuego y uno, voraz,

recoge la fantasía en su pelvis

de otra chispa que escapó.

La sonrisa interior no está

debajo o detrás de toda la cáscara

sino en la gracia de sabernos

cascarudos.



¿Quién llega cuando llega?

¿Soy yo quien abre la puerta y se saca

los zapatos

mientras comienza a boquear?

¿O alguien

llega siempre por mí y yo soy

quien los lustra?

El tránsito es la señal

que separa un arbitrario afuera

del adentro mágico cuando descubro

mi vocación de portero.

Circular, entonces, se reduce a permanecer

bajo las puertas.



La luz es un regalo

de la noche.

El lado lleno del vaso desborda

y, sin vaso, escapo lado a lado

con el vacío.

Vivir en blanco y negro,

contrastar perfiles,

sustraer contenidos,

habitar las sombras.



El día que pueda hablar

encontrará su noche.

Atiborrado de preguntas –

"¿quién cambió el malestar en la boca

por la espera, la encandilada espera

de saberse siendo?" –

hasta morder el anzuelo y ya:

la palabra duerme a la vera

de un crimen perfecto.



Los patos

se desplazan quietos por el lago.

Mis palabras bordean el abismo

y quedan mudas.

El tiempo

las impulsa como a mis patos

el lago.



Imagino un mundo a punto de llorar.

Inclino la balanza para que las lágrimas

mojen su desierto y convenzo al mundo

para que me mire.

"Ahí estás", escribe en la arena,

y el desierto me levanta

cuando me inclino a salvarlo.

Siempre aparezco en mis sueños.

Sólo el sueño de otro me haría despertar.



EROS


En la puerta de la biblioteca escolar me divierto mirando un panel del sexto grado con varios cartelitos pinchados sobre el corcho. Uno de ellos dice que han leído sobre los mitos y nos quieren presentar algunos personajes. El de las sirenas, por ejemplo, explica que ellas descienden de un animal mitológico y se comen a los hombres. El de Afrodita, que nació de la espuma del mar y que, salirse siempre con la suya, es parte de su belleza...

Me quedo pensando en el imperio de esa diosa y la imagino, entonces, hijo como soy yo de la abundancia y la pobreza, una mujer cualquiera de esas que sale de su casa, toma un colectivo, y de improviso se enamora de un hombre que ve en un afiche publicitario de calzoncillos a través de una ventana abierta a su deseo. Le supongo a ella incluso una cara que, indiferente al prejuicio o desprejuicio, no gira con voluntad propia para prologar la desaparición de ese cuerpo tallado sino, absorta, por la fortaleza real de su duelo imantado.

La primera impresión la levanta entonces del suelo. Ese torso masculino le desnuda a ella su misterio, y a partir del primer encuentro no hace del tiempo sino una excusa para retornar a su misterio mismo, a qué propone si propone, a si será capaz de nunca o siempre abandonarla, a si lo siente rendido a sus pies y erguido como su amo.

Cada vez que ella gira la cabeza - lo supongo - él hombre del afiche siempre 
en calzones siente que esa mirada lo desprende poco a poco del plano en dos dimensiones que hasta entonces ha tomado por mundo. Comienza a intuir, de pronto, que la profundidad supone una dimensión espacial que resulta técnicamente viable y, sin por ello proponérselo, llega así el día en que deja de estar dibujado y sale, desnudo, a vivir la fábula de sí mismo.

Ávido de compañera, finalmente, descubrir el deseo de una mujer traduce lo que él en ese momento puede llamar ‘amor’. Y así va, con su pregunta a flor de piel coleccionando respuestas: “¿qué siente, qué clase de tumulto experimenta, en qué vivencia es llevada en andas, si un hombre se mueve ante ella, en cueros, cual dios griego en calzoncillos?”


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