domingo, 30 de mayo de 2021

UNA CONVERSIÓN BIOCÉNTRICA




1- Aún cuando Biodanza sea una práctica vivencial que se realiza en la intimidad de un salón ella es, no cabe ninguna duda, algo más que lo que aprendemos en las clases. Y, si bien esto es algo que queda siempre expresado cuando afirmamos la necesidad de llevar Biodanza a la vida, en esta especialísima circunstancia que estamos atravesando ha quedado, a mi entender, en un plano bastante poco manifiesto. Creo que no hace falta decir que lo que pienso es sólo una opinión mas. Pero la cuestión es que, para mi gusto, lo que llevar Biodanza a la vida signifique en una situación de aislamiento, inquietud social, exposición a la enfermedad tanto propia como de allegados y, pensando ya en términos más generales, de verdadera catástrofe planetaria, no he podido comprobar que sea algo que haya preocupado demasiado poner en palabras.

Las discusiones que se dieron en este tiempo tan especial fueron, como mucho, respecto a la legitimidad de continuar o no virtualmente las clases y, en el caso de quienes adoptaron dicho criterio, cómo hacerlas más ágiles y llevaderas. Obviamente, y esto también es quizás redundante aclararlo, tal vez los facilitadores intercambiaron y confrontaron entre sí pareceres, temores y opciones teóricas propias a nuestro paradigma que no tenían que ver específicamente con la necesidad de superar el obstáculo de la no presencialidad pero que, al no disponerlas públicamente, quedaron en un ámbito privado.

La cuestión, entonces, es que si estamos todos de acuerdo en que Biodanza no es sólo lo que tomamos en una clase es porque sabemos y sentimos que lo importante es la vida. Y cuando la vida asume características novedosas, de naturaleza evidentemente estresantes, es cuando el sistema Biodanza debiera mostrar realmente su valor. Y cuando pienso en su valor, sin embargo, no me refiero tanto a su eficacia - como demostrar estadísticamente, por ejemplo, el beneficio inmunológico de nuestra práctica - sino al especial enfoque que un principio biocéntrico habría de poder ofrecer ante una emergencia sanitaria mundial.

Lejos estoy de pensar que la consideración que se tenga de un principio biocéntrico haya de ser monolítica y que, en consecuencia, la opinión de todos haya de ser unánime al considerar las alternativas que nos presenta este momento. Pero son tantas y tan variadas las cuestiones que hoy podríamos estar debatiendo, precisamente, y tan originales sobre todo, en comparación con los mensajes anti vida que nos llegan desde los medios de desinformación, que no puedo dejar de asombrarme del silencio que siento. Eso hace que me pregunte, y necesite compartir mi pregunta, por lo tanto, de cómo es que no estamos danzando hoy más con las palabras y convirtiendo así en una verdadera fiesta intelectual este desastre.



2- Pero si hoy estoy buscándole palabras a esta pandemia no es porque sea ella algo sobre lo que importe demasiado tomar una determinada postura sino, al contrario, porque fue en medio de esta situación inédita que yo me encuentro vivenciando, al fin, el sentido emancipatorio de una apuesta biocéntrica. Me cuesta bastante, aún, articular discursivamente lo que una cosa tenga que ver con la otra; eso de alguna manera me desespera un poco muchas veces pero, al mismo tiempo, me regala un inesperado estímulo que me tiene asombrado y me anima, aunque mas no sea torpemente, a perseguirlo. Creo que es algo para celebrar, en definitiva, porque eso mismo es justo lo que busqué de manera infructuosa durante mis cuatro años de Formación como Facilitador: no sólo el manual, sino la pasión indispensable para facilitar a otros su propio proceso, esa misma pasión que no es otra cosa, por supuesto, que pasión por la vida.

Como el papel emancipatorio que yo intuyo en una perspectiva biocéntrica surgió para mí, entonces, en relación con esta pandemia, el análisis de los distintos modos de encararla no resulta sino un rodeo que hago, mas bien, para indagar o reflexionar qué fue lo que me ocurrió a mí en relación con ella. Haberme yo mismo contagiado ciertamente fue importante, no sólo porque me permite hoy sortear las discusiones a mi modo de ver superficiales que giran en torno a barbijos-si/barbijos-no, vacunas-si/vacunas-no, abrazos-si/abrazos-no, sino sobre todo porque me conectó con una soledad que no tiene tanto que ver con la del aislamiento forzado sino con la impresión extremadamente vívida de que uno es, ante una situación excepcional, verdaderamente único, irrepetible y asombroso.

Pero enfermarme no fue decisivo: apenas vino a rubricar algo que ya había comenzado hace un año al conectarme, desde la primera cuarentena estricta, con una pasividad esencial. A partir de ella algo se modificó profundamente en mí, a punto tal que la única transformación del mundo en la que hoy puedo confiar es en esa que resulte de una integración humana que nos permita no delegar ya más en una institución cualquiera la responsabilidad de mediar entre nuestra razón y nuestros instintos. Comprendí, en consecuencia, lo incoherente que me permitía muchas veces seguir siendo cuando, aún a sabiendas de resultar disociante, interpretaba la relación entre Biodanza y política con los valores de la política tradicional. Y es esta conversión, a mi modo de ver propiamente biocéntrica, lo que me parece interesante intentar poner en palabras.



3- Si a Biodanza no podemos separarla del desafío del principio biocéntrico es, para mí, porque en definitiva no tiene el significado meramente terapéutico de hacer que nos sintamos mejor. Biodanza resulta una práctica que sólo se hace efectiva plenamente al apostar por una transformación integral del ser humano y del mundo en el que participamos que tiene que ver, sintéticamente, con un reaprendizaje de las funciones originarias de vida mediante la cual nos transformamos radicalmente (genéticamente) a nosotros mismos.

Lamentablemente, parte de esa cultura que buscamos desaprender es la que nos lleva a muchos dentro de nuestro medio a suponer todavía que la transformación, tanto en lo personal como en lo social, tendría que ser llevada a cabo de forma consciente cuestionando, por ejemplo, a quienes creemos que adoptan una actitud que consideramos reñida con la solidaridad, o atribuyendo directamente la raíz de todos los males a la propiedad privada y criticando el individualismo imperante en nuestra época. En resumen, de esta manera suponemos que lo que está mal en nuestra cultura es el capitalismo, e incluso asimilamos rápidamente las dos cosas con lo cual, imperceptiblemente, una actitud meramente contracultural termina anteponiéndose a una de ofrecimiento y celebración de la vida.

En mi caso, desaprender lo que mamé de la cultura también pasa por la abolición de la propiedad privada, es verdad: pero, fundamentalmente, de mí mismo. Claro que dejar de ser dueño de uno mismo no es moco de pavo, ya que por definición ello es algo que debe venir necesariamente entonces de afuera. Dicha abolición, en consecuencia, no resulta entonces una que ejecuto de manera consciente y voluntaria, compartiendo cosas o interesándome por los demás como normas políticamente correctas sino, casi al revés, liberándome directamente del imperativo de ejecutar, provocar o emprender. Porque entonces ocurre la magia: como si sólo desapropiándome lograra paradójicamente ser de alguna extraña manera yo mismo y, cuando ya no soy, formara en consecuencia así parte de esa danza mayor que llamamos vida.

Muchas veces creemos que un reaprendizaje de las funciones originarias de vida se fundaría en hallar nuestro deseo, o en conectarnos de manera más firme y precisa con él. Yo siento que pasa, mas bien y al contrario, por lograr emanciparme incluso de esa absurda carga que en definitiva, según mi particular manera de verlo, es la que nos mantiene inmersos en la cultura del rendimiento y nos fuerza a ser originales. Por eso es que, en mi opinión, la idea implícita en un reaprendizaje de las funciones originarias de vida consiste en conectarnos, al revés y muy especialmente, con algo que se puede llamar 'la potencia del no': es decir, de poder no-poder. Y... ¿qué cosa ha sido esta pandemia, sino un acelerado y, como no cabría ser de otra forma, precisamente indeseado aprendizaje universal en el no-poder?



4- Las respuestas que se están dando de parte de pensadores reconocidos de la cultura a las preguntas que nos plantea la crisis sanitaria mundial, muy lejos de acusar un aprendizaje en el no poder, me parece que se pueden resumir en dos o tal vez tres grandes grupos sin que, siempre según mi modesta manera de ver, ninguno represente a quienes adherimos a un principio biocéntrico:

· Por un lado, hay quienes reducen toda la cuestión a lo ecológico o a lo espiritual, ignorando o restando valor a cualquier planteo político.

· Por el otro, la mayoría expresa una inquietud exclusiva por lo político, con lo cual se nos mantiene ya sea tanto a) en el plano de una demanda de justicia que refuerza la confianza en las instituciones y finalmente el Estado, o b) en el de una supuesta desconfianza en las instituciones y el Estado haciendo una apuesta abstracta por lo colectivo o la solidaridad  que, en definitiva, no hace sino afianzar aún mas la confianza en la moral al no buscar la justicia desde y a partir del compromiso con la vida.

Para pensar en esta situación actual desde una perspectiva biocéntrica, en cambio, nada mejor que acudir M. Heidegger, un pensador quu en su último período se abocó a una crítica de la técnica y el rescate de una actitud poética considerada no sólo como discurso alternativo a la prosa sino, más precisamente, como auténtica alternativa vital. En esta misma línea se incluyó sin dudas el creador de la Biodanza a sí mismo, ya que cuando 
Rolando Toro decía que “el hombre es un poema inacabado” gustaba repetir una cita heideggeriana que tiene que ver con lo bello del ser humano, por supuesto, pero especialmente con una comprensión de la belleza que no se limita al mero deleite ocasional de los sentidos sino que da cuenta de lo que ocurre, fundamentalmente, cuando renunciamos a poder.

Después de Heidegger, y aunque bastante por fuera del canon oficial, hoy ya son reconocidos los nombres de varios pensadores que fueron brindando, desde mediados de siglo pasado, elementos para una conceptualización de lo político a partir de la inoperosidad o, lo que es lo mismo, desde el no-poder: G. Bataille, M. Blanchot, W. Benjamin, J.L. Nancy y G. Agamben… Cuando pensamos a profundidad lo político desde los desarrollos realizados por esto pensadores enormes nos damos cuenta que la justicia social es una parte imprescindible del mismo pero que no la agota, ya que en esta dimensión político-poética que ellos conceptualizan, y que nosotros mismos vivenciamos al concebir Biodanza como una poética del encuentro humano, descubrimos que lo que en definitiva está en juego es la relación siempre vigente aunque oculta, entonces, entre la política y lo sagrado.

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