1- Biodanza es un sistema que permite y estimula el acceso a experiencias de percepción aumentada a través de diversos tipos de movimiento de conexión. Trabajamos para ello con la Vitalidad, la Creatividad y la Sexualidad en relación con la Afectividad como línea de vivencia principal. Y la Trascendencia, que para R. Toro era una quinta línea de vivencia, mas bien consiste – según la modificación al Modelo Teórico propuesta desde la Escuela Ciudad de Buenos Aires – eso que califica nuestro acceso a dichas experiencias de percepción aumentada a través de la conexión, propiamente trascendente, con nuestra vitalidad, creatividad, sexualidad y afectividad. Clarificar qué aspectos califican como ‘trascendente’ el trabajo con cada una de estas líneas vivenciales viene a representar, entonces, la piedra de toque de nuestra tarea en Biodanza.
Hablamos de un acceso a experiencias de percepción aumentada cuando somos capaces de dejar momentáneamente de lado el esquema egoico que hace posible creernos el centro de todo. Pero poner a la vida en ese mismo lugar central resulta, sin embargo, una descripción del trabajo biocéntrico que puede llegar a confundir la cuestión, ya que lo que está en juego no es reemplazar el sujeto que deba ocupar el lugar central – históricamente primero Dios, luego el hombre, ahora hipotéticamente la vida – sino, mas bien, prescindir de ese mismo lugar supuestamente origen y organizador de todo lo demás.
La vida no es un nuevo Dios para nosotros, sino sinónimo de esa trascendencia entendida como un desafuero anárquico para el que lo que verdaderamente importa no es hallarse finalmente a uno mismo, ni a los demás, ni tan siquiera al cosmos, sino poder sintonizar el propio pulso vital en una fuga alocada que tendría en el gozo por lo irreversiblemente desconocido lo más parecido a una razón de ser.
2- Solidaria con el lenguaje religioso, la ‘trascendencia’ como concepto designó tradicionalmente, para la filosofía, ese plano fuera de lo material a lo que todo daba
sentido por ser supuestamente lo más propiamente real. Pero si dicho concepto significara todavía algo, al día de hoy, sería por representar exactamente lo contrario:
un impulso propiamente anárquico que, aletargado y sometido, tendiera sin
embargo como un animal herido a escapar felizmente siempre de nuestros
corazones. Y bien puede decirse que muchas veces este es el sentido biocéntrico e integrador que damos nosotros a un
concepto como el de ‘trascendencia’ pues, lejos de nombrar algún tipo de fusión mística
o extática con algo fuera nuestro y de la realidad remite, simplemente, a la manera como hacemos de la Vitalidad una manera de sentirnos íntimamente vivos, de la Sexualidad la
forma de erotizar todas nuestras actividades, de la Creatividad la oportunidad
de ser todo el tiempo nuevos y, de la Afectividad, por último, nuestra forma de ser en el mundo.
Sería sin embargo injusto decir que la filosofía sostuvo siempre un concepto contemplativo y ultramundano como principio. Quien primero y más
empeño puso en combatir esta concepción fue B. Spinoza al concebir (mas que a Dios
como ‘naturaleza’, lo cual no sería hoy por hoy tan relevante) a la naturaleza
como ‘Dios’: esto es, a la realidad como causa de sí misma. Este concepto spinoziano
de ‘inmanencia’ goza, desde la revalorización que de él hizo
en el s. 20 Deleuze, un inmenso y, por supuesto, merecido prestigio y difusión. Pero un
contemporáneo de Deleuze menos famoso, como fue E. Levinas, intentó en cambio un
camino diferente y totalmente original para liberar al pensar de un lastre contemplativo: resignificar el concepto de
‘trascendencia’ como deseo de lo absolutamente otro.
En completa consonancia con un paradigma biocéntrico,
Levinas reacciona tanto contra el
concepto tradicional de ‘trascendencia’ como contra ese
concepto de ‘totalidad’ que postula, desde el intelecto, una unidad que impediría distinguir
toda separación. Si tiene todavía sentido en nuestro tiempo hablar de
‘trascendencia’, para Levinas, es entonces porque la relación de uno mismo con el otro
sólo resulta posible por fuera de cualquiera totalidad que inevitablemente englobaría a uno y al otro bajo el parámetro de lo mismo. Recién cuando el otro es para uno absolutamente
otro, es decir, no un otro-yo sino algo por definición inaccesible y, por
tanto, mi relación con él se traduce fielmente como una no-relación, recién entonces es como abandonamos entonces el control y salimos de sí: literalmente habland trascendemos, y en dicho
trascender descubrimos simultáneamente nuestra aspiración más profunda.
3- Al revés de la filosofía de la inmanencia de estilo propiamente spinoziano, Levinas no parte
ni pone el acento en el encuentro entonces con el otro sino lo opuesto: su punto de partida es la separación. No porque rechace
los encuentros, por supuesto, sino porque entiende, al revés, que la única forma de encuentro real es la que puede surgir vivenciando el
carácter radicalmente inaccesible del otro. Y en lugar de una búsqueda de totalidad, Levinas pretende, al contrario, que el trabajo ético por excelencia consiste por eso en intentar romperla sistemática y permanentemente. No porque reniegue de toda unidad, tampoco, sino porque pretende que dicha unidad
– a la que, para distinguirla de la totalidad, llama 'Infinito' - sólo es posible vivenciarla desde el reconocimiento de una distancia insalvable entre lo mismo y lo otro como condición de posibilidad.
Acostumbrados a padecer y renegar del aislamiento a que nos somete la
sociedad moderna, hablar de ‘separación’ en lugar de ‘encuentro’ puede resultar sin duda sumamente escandaloso. Pero lo que Levinas pretende con ello es ofrecer no una solución a medias al malestar de la cultura
que nos sirva como consuelo, sino
apuntar a la raíz del problema cuestionando el modelo por el cual la motivación
más profunda del ser humano provendría de la nostalgia por una unidad original
perdida.
Si para Levinas la trascendencia se define como deseo de lo absolutamente otro, entonces, es porque entiende que la aspiración más profunda del ser humano resulta experimentarse libre de toda nostalgia y de cualquier necesidad de consuelo para concebirse a sí mismo en un viaje sin fin a lo siempre nuevo, sin reencuentro alguno, sin objetivos tranquilizadores y, por encima de todo, sin necesidad siquiera de satisfacer unas inquietudes que sólo son tales para un deseo entendido como carencia.
Si para Levinas la trascendencia se define como deseo de lo absolutamente otro, entonces, es porque entiende que la aspiración más profunda del ser humano resulta experimentarse libre de toda nostalgia y de cualquier necesidad de consuelo para concebirse a sí mismo en un viaje sin fin a lo siempre nuevo, sin reencuentro alguno, sin objetivos tranquilizadores y, por encima de todo, sin necesidad siquiera de satisfacer unas inquietudes que sólo son tales para un deseo entendido como carencia.
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