miércoles, 23 de diciembre de 2020

CREER SIN CREER

ESPIAR CON QUIEN HABLAMOS en nuestro diálogo interno quizás sea algo tan importante como intentar acallarlo. A mí, al menos, lo primero me resulta más sencillo de realizar que llamarme a silencio, e incluso de mayor y más rápida incidencia en las cosas que nos atañen y nos demandan esfuerzo. Porque cuando me encuentro protestando cual enanito gruñón, entonces, no necesito de ninguna manera callarme sino, al contrario, cariñosamente preguntarme “¿a quién le hablo?”...

Cada vez que salgo a caminar con un peso - real o metafórico - sobre las espaldas redescubro que los pensamientos no existen por sí mismos, ya que siempre ellos tienen un quién ideal implícito como destino. Y que el problema que generan los pensamientos negativos no se resuelve, por lo tanto, hasta dar con quien suponemos que idealmente los comprende. El destinatario imaginario de nuestras quejas, nuestros desencuentros, nuestras desvalorizaciones personales y nuestros pesares secretos resulta así ese alguien a quien urgentemente debemos hallar. Porque en cuanto nos damos cuenta que tenemos un paño de lágrimas en donde apoyarnos advertimos que el precio que nos cobra por acoger nuestros pensamientos negativos es nuestra libertad.

El referente de los pensamientos negativos no sólo se nutre de ellos, sino que se adueña de tal manera de nuestras emociones que ellas terminan convirtiéndolo en destinatario exclusivo. Y esto resulta lo peor que nos puede pasar, porque entonces nuestros agradecimientos, nuestros encuentros, nuestros contentos de sí y nuestras alegrías mueren antes mismo de aparecer. ¿A quién podrían estarle en todo caso dirigidas, obviamente, si desde el vamos creemos que el amor no existe?


EL PENSAMIENTO DE LA ABUNDANCIA no surge voluntariamente sino, al revés, renunciando a nuestra voluntad: no se trata tanto de creer entonces ciegamente en el amor sino, más bien, de retirarle en cambio nuestros favores a ese que busca – y logra - convencernos de que lo único que cuenta es nuestra mera voluntad. Por eso, al destinatario de nuestros pensamientos negativos le corresponde el apropiado título de ‘padre de la mentira’. Y al del pensamiento de la abundancia el de ‘la verdad’, pues no hay abundancia que no surja sino de la afirmación de la mentira, única manera de identificar al destinatario de los pensamientos negativos.

Puede parecer que cambiar el destinatario de nuestro diálogo interno resulta un acto de voluntad. Pero dicho cambio, en resumidas cuentas, resulta más bien una pasión. Es decir, algo por lo cual somos afectados y, ante lo cual, la ambición de ser nosotros mismos nuestro propio fundamento, simplemente claudica. De manera tal que el modo de sujeción que corresponde a los dos distintos destinatarios implícitos de nuestros pensamientos difiere profundamente, y en ello estriba, en definitiva, todo el asunto: la disyuntiva consiste el encierro o la entrega.

El pensamiento de la abundancia surge cuando advertimos que no podemos tener dos destinatarios de nuestros diálogos internos al mismo tiempo: porque mientras el padre de la mentira excluye la misma existencia de la verdad, la verdad se configura a sabiendas, en cambio, de que el padre de la mentira no sólo existe sino que naturalmente nos domina, motivo por el cual la verdad nos pide y nos ofrece sobreponernos a su influencia. Motivo por el cual, a la vez, a nuestro diálogo interno con la verdad se lo puede denominar ‘orar’ y, a los pensamientos mismos, ‘oraciones’.


CREER SIN CREER es la clave de un pensamiento afirmativo. Es decir, de un pensamiento que tiene a la abundancia como principio y a la verdad como destinatario exclusivo de nuestro diálogo interno. Ello es así porque tanto la abundancia como la verdad resultan meros postulados de una razón nueva, novedad que se afianza progresivamente sin que la sostenga fundamento alguno. Y cuando la abundancia y la verdad se convierten en creencias trastocan, lamentablemente, de manera expresa en su contrario.

La razón que se apoya en certezas sólo cree en lo que le falta y en el padre de la mentira que la induce a creer en su propio designio para lograr suplirlas. En la abundancia y en la verdad, en cambio, sólo se puede creer sin creer: de vez en cuando puede que aparezcan algunas promisorias señales, apariciones de estrellas de Belén y anuncios de cambios de Eras que de pronto entusiasman y ordenan nuestra templanza, pero en definitiva estas señales sólo alcanzan a recordarnos que nos movemos danzando siempre la incertidumbre y que lo que llamamos 'fe' es un mero bastón con el que vamos tanteando a ciegas el camino que ella misma crea.

Si la fe es una senda angosta es porque quien por ella se aventura ha de verse a sí mismo constantemente tentado por el vértigo que representa el desánimo de no creer en absolutamente nada y, a la vez, la repetida ilusión de haber hallado algo en que poder creer. De ambos abismos nos libra la verdad.

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